VÍCTIMA. Juan Manuel Piñuel, en una reciente foto familiar. / ANTONIO SALAS
ESPAÑA

Un guardia civil tardío pero brillante

Tenía vocación militar, pero se le pasó la edad. Con casi 30 años, ingresó con muy buena nota en la Benemérita. Su obsesión por regresar a Málaga le condujo al País Vasco. Su último destino

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Su vida estuvo marcada por los traslados. Se mudó de Melilla a Málaga, donde se instaló con su familia cuando era niño. Años más tarde, su profesión como guardia civil lo llevó a Jaén, Cádiz, Zaragoza o Valencia. Pero él siempre ansió volver. Fue precisamente su obsesión por regresar a Málaga la que le empujó a pedir un traslado voluntario al País Vasco. Su último destino.

Los vínculos de Juan Manuel Piñuel Villalón (Melilla, 1967) con la ciudad eran muy fuertes. Vivió en Málaga desde su niñez. Aquí conoció a Vito, con la que se casó tras dos años y medio de noviazgo, hace ahora casi una década. Aquí viven sus suegros, sus hermanas y sus cuñados. Y aquí crece, con seis años, su único hijo.

Llegó a Málaga cuando apenas era un crío, con la edad que ahora tiene el niño. Su padre, teniente coronel del Ejército, ya fallecido, se mudó con su familia desde Melilla y se instaló en la provincia. Primero en Rincón de la Victoria, luego en la capital, donde viven las hermanas del guardia civil.

Juan Manuel, Manolo para los amigos, echó raíces en la tierra. Aquí pasó su infancia y su juventud, antes de que llegaran, de nuevo, los traslados. Se animó a emprender los estudios de Derecho, pero abandonó la carrera antes de acabarla.

Tenía vocación militar, probablemente heredada de su padre, pero se le pasó la edad para ingresar en el Ejército. Corría el año 1995 y Juan Manuel se acercaba al límite para poder acceder a la academia de la Benemérita, fijado en 29 años.

Vigilante jurado

Entonces, trabajaba como vigilante jurado, pero compaginó con esfuerzo trabajo y estudios, cuenta José Luis Ayala, su profesor de entonces en la academia 'Marte', que preparaba a aspirantes para las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. «¿Claro que me acuerdo de aquel alumno!», contestaba ayer el preparador, al preguntarle por Juan Manuel Piñuel. De su paso por la academia, Ayala recuerda a un alumno ejemplar «por su comportamiento, por su preparación y por la intensidad con la que trabajaba», dice.

El esfuerzo dio sus frutos y en sólo un año aprobó, y con nota, las pruebas para ingresar en la academia de Baeza. Piñuel logró la sexta nota más alta de los más de 900 aspirantes calificados y admitidos en un concurso-oposición celebrado en febrero de 1997. Accedió a la Benemérita con un total de 121,7 puntos sobre 127 posibles, una calificación sólo superada por otras cinco personas en esa misma convocatoria. El agente fallecido ingresó en la Guardia Civil en 1997, con 30 años de edad, y concluyó su formación militar en la Academia de Baeza en abril de 2000. Piñuel volvió a ser de los mejores. Consiguió entonces una nota final de 7,9 puntos, frente a los 8,6 puntos que consiguió el mejor agente de esa misma promoción.

Ese año, los traslados aparecieron otra vez en su vida. Tras pasar por Baeza, Juan Manuel estuvo destinado en Arcos de la Frontera (Cádiz) y Alhama de Aragón (Zaragoza), hasta que recaló en la localidad valenciana de Llombai, donde permaneció siete años.

Manolo dejó un grato recuerdo en la población, donde prestó servicio de seguridad ciudadana. «Era un tipo espabilado e inteligente, además de muy educado con todo el mundo. También era bromista cuando había que serlo, pero no cuadraba con el estereotipo andaluz, contando chistes a todas horas», comentan sus amigos, algunos de los cuales apenas podían contener las lágrimas tras conocer la noticia. Aún lo recuerdan asomado a la ventana: «Muchas veces se le veía a él fumando en el balcón porque ella no le dejaba en casa».

Pese a ello, Juan Manuel era un deportista que iba a diario al gimnasio. Entre sus aficiones se encontraban las artes marciales o el senderismo. De hecho, uno de los sueños de Manolo era coger una mochila y recorrer Thailandia. «Esa era una de sus ilusiones», recuerdan sus compañeros en el cuartel levantino, que se derrumban al pensar que ya no podrá cumplirlo.

Aunque vivió una etapa muy feliz en Llombai, la distancia era un lastre demasiado grande. «Le estuvo dando muchas vueltas a la cabeza, pero al final le pudo más el deseo de estar con su familia. Se lo pensó mucho. De hecho, en varias ocasiones me dijo que no quería irse, que estaba muy a gusto en Valencia».

Al final decidió marcharse al País Vasco para después poder optar a una plaza preferente en Málaga, junto a sus familia. «Se fue al norte para bien y mira lo que ha conseguido». Todavía recuerda el día en que su nombre apareció en los nuevos destinos. Ese día lo llamó. «¿Eh! ¿Qué pasa nano?», saludó efusivamente. «Pues mira, que me he hecho a la idea y nos iremos». La elección no pudo resultar más trágica.