![](/cadiz/prensa/noticias/200805/12/fotos/070D1CA-SOC-P1_1.jpg)
Pundonor y entrega de Joselillo
El joven torero dio el campanazo con una imponente y difícil corrida de Dolores Aguirre
Actualizado: GuardarEl toro con el que confirmó alternativa este enésimo Joselillo del escalafón (José Miguel Pérez, de Valladolid) fue un inmenso toro de Dolores Aguirre. Pavo formidable, particularmente cabezón, inquietante presencia. 600 kilos. Lomos como toboganes. Trotón, corretón, abanto. Antes de llegar al caballo de pica ya había hollado el ruedo entero. Había, además, catado el capote del nuevo Joselillo. Cinco lances de atreverse, soltarse y tragar sin enmendarse. Y media. Descolgando el toro mal que bien, sin llegar a irse del todo. Ni entonces ni luego ni nunca del todo. Hasta última hora.
El saludo fue prueba de pundonor. Retrato preciso del torero. Y del estilo del toro que con su solo volumen poblaba el espacio entero como una nube. Pero el toro tuvo gas, no siempre para atacar ni sólo para huirse, y con descompuesta brusquedad se vino a los engaños sin resistirse ni darse. Joselillo estuvo puesto desde el primer muletazo. Puros redaños. A merced del destino y del toro más de una vez, sin gobernar del todo ni una cosa ni otra, pero sosteniendo el tipo con aplomo mayor.
Un combate tan desigual fue, naturalmente, un chorro de emociones. De la necesidad hizo en este caso virtud Joselillo, que, lleno de fe, se saltó de pronto las reglas de la lógica y frente a toriles, donde hacía el toro hilo, se estiró con la mano izquierda sin inmutarse. Del tercer embroque salió arrollado, prendido y empalado. Pero estaba la fortuna de su lado. Y con las mismas, en pie de nuevo el torero, descalzo y a por el toro, que en tablas, no hizo más que defenderse. Joselillo sujetó los nervios. Sin temblarle el pulso, cuadró el toro, lo engañó con astucia y enterró una estocada caída que fue memorable por la fe con que se cobró.
La segunda parte de esta historia fue casi tan emocionante como la primera. No tanta la temeridad. Pero el mismo arrojo, y ahora más domado y cabal. Otros 600 kilos. Con nobleza y fijeza que no tuvo el primero de corrida. Con muchas menos fuerzas también. Joselillo, valentísimo, tuvo el detalle de fijarlo de salida, de ponerse desde el primer muletazo nuevamente, de pasarse los cuernos por las mismísimas costuras de la taleguilla a las que una sabias manos y un cepillo había devuelto su color.
Sustos
Sustos cuando se quedó descubierto el torero. Consintió el toro. Esto fue como torear con el corazón. Y, al fin, empuñar la espada, echar la muleta a la pezuña, y volar hasta enterrar el acero arriba. Rodó el toro rendido. Una oreja. El tercero, de aire agresivo, hondo, el de mejor nota en conducta, fue imposible por la mano derecha. Porque lo picaran o manejaran mal, o por lo que fuera. Pero tuvo por la otra mano embestidas graves y de verdad, repetidas. Casi todo se le fue en muletazos enganchados a Sergio Aguilar, dispuesto y firme de partida, asentado de rayas afuera, nervioso cuando empezó a sentir que el toro le podía.
Los dos toros de Robleño fueron molidos en varas: el segundo, siempre a su aire y por su cuenta, no paró de recorrer plaza en una faena que cumplió entero el tramo de la cuenta invertida de las agujas del reloj. Largo trámite de Robleño. El cuarto, cinqueño, salió moribundo de la paliza de varas. Con el quinto, muy ofensivo, andarín, la cara por las nubeshilo al repetir y ganas de fugarse, Sergio Aguilar encajado y vertical, dejó muestras de su buen estilo, que en formas se parece no poco al de José Tomás.