Puerta al verano
Nos distrae, como siempre, lo inmediato de lo importante. Andamos todos la mar de divertidos a cuenta del pájaro, la jaula, la estatua y la supuesta alegoría que no entiende nadie, cuando delante de donde han puesto allí la cosa, la delegación de Hacienda, la alegoría parece que significa otra cosa, y como nos gusta que los árboles no nos dejen ver el bosque ahí tenemos a la madre de todas las banderas, ondeando feliz como nunca ondeó en otros tiempos y cubriendo desde lo alto de la Cuesta de las Calesas la visión de ese muelle al que ya no tenemos acceso y los barcos también gigantescos que daría gusto ver si pudiéramos verlos, pero a nadie parece que le da por pensar, ni imaginar siquiera, que a falta del Corpus, que ya no verá reverdecer nunca su jupiterino pasado, que ya tenemos ahí el verano. O sea, la segunda señal de identidad de lo que es Cádiz, o de lo que queremos que Cádiz sea, que tampoco parece nadie tenerlo muy claro.
Actualizado: GuardarY en el cuento de Pedro (Solbes) y el lobo que todos estamos viviendo desde que alguien dio la voz de alarma y pasamos de la despreocupación a la histeria, lo mismo convendría que tuviéramos en cuenta si esa leve desaceleración económica que nos tiene a toditos con las carnes abiertas nos va a hacer más pupa de lo aconsejable, que cuando vienen flacas las vacas la cosa dura, en términos bíblicos, justo siete años, y me temo que, como no hemos invertido nunca en graneros ni en cámaras frigoríficas, a ver cómo capeamos el temporal del turismo veraniego y los cuartos que se deja aquí el personal suponiendo, que no lo tengo yo muy claro del todo, que el personal venga a dejarse los cuartos y no a repompearse se en la playa y ponerse colorados color cangrejo y comer luego en el hotel, o en el apartamento alquilado, o la casa del cuñado que se toma en plan ocupa, un bocadillo de chopped y si te he visto no me acuerdo, tacita de plata.
La ciudad que sonríe no sabemos todavía si sonríe porque se ha quedado traspuesta por el shock, pero uno tiene de vez en cuando ramalazos de echadora de cartas de mundos alternativos y se pregunta qué sería de nuestra ciudad, y de los pocos nosotros que vamos quedando, si por malos demonios, el calentamiento global, la contaminación, la crisis de oriente próximo, los misiles, los vertidos petroleros o la fiebre aftosa no tuviéramos playa para dar y regalar. Entonces los veranos de la capital serían más sosos de lo que ya lo son, y me temo que, quitando arena y sol, poquita cosa tenemos para ofrecer al señor que viene en bermudas y alpargatas, cámara en ristre y la cartera cosida al cuerpo por dentro de la camiseta hawaiana.
Tres meses y medio largos, contando a partir de primero del mes que viene, y aquí seguimos sin saber a día de hoy si van a venir a cantar gratis en la playa José Luis y su guitarra, los descatalogaos de Operación Triunfo, los nonainos yeah yeah que se pongan de moda a partir del chiki-chiki o la orquesta filarmónica de Boston, Massachussets, ciudad que si no es hermana lo será un día de estos, porque en esto del parentesco deben quedar ya pocos fuera del club. Y no les digo na de las polémicas de todos los años, que esperarán a su momento (y mira que hemos tenido meses para ponernos de acuerdo) para tenernos entretenidos con la calima: si las barbacoas, si cuándo y en qué momento el trofeo Carranza, si habrá pase de coros con el calor o si se podrá o no se podrá fumar en la Victoria.
La imaginación que pedían hace cuarenta años allá por donde la torre Eiffel parece que no ha logrado que nadie se de por aludido en esto de programar ofertas importantes, para los foráneos y para los habitantes de la casa. Luego, en octubre, cuando hagamos balance, diremos aquello de que la cosa está achuchá y que se ha notado mucho en la hostelería, que son los únicos que se atreven a hacer continuamente crítica de los otros aunque poca autocrítica de las carencias propias. Recuerden ustedes, en cualquier caso, cuando allá por mediados de julio den ustedes su paseíto junto a la orilla del mar y lo encuentren todo cerrado a poco más de las doce de la noche, que la palabra «cementerio» significa dormitorio, nada menos.