opinión

Miradas al Alma | Llamando a las puertas del cielo

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Haciendo alusión a nuestro pronto ilustre visitante Bob Dylan, este título de canción bien se le puede aplicar al concepto de un torero que parece torear a las puertas del cielo. A la divinidad se llega a través de una expresión creadora que por bellamente emocionada, sublima toda razón humana. Los límites del más allá no los sobrepasa el hombre, sino su vehemente espíritu, ese ímpetu errante que se filtra por el cuerpo del tiempo y del corazón al sentimiento. El cuerpo, pues, del creador, queda absorto y agotado ante la elevación artística de su alma.

José Tomás vivió, sintió y sufrió ese trance más espiritual que humano el pasado sábado de feria en la plaza de toros de Jerez. Su toreo, más tocado por demonios que por ángeles, alcanza cotas de impacto sobrecogedor. Parece Tomás haber aceptado ese compromiso con el demonio de querer ser hasta el fin de toda consecuencia José Tomás. No hablo de valor, pues sería simplificar su concepto, sino de fidelidad a una aterradora actitud que equivale a cualquier consecuencia fatal. No me convence toreando a la verónica, la cual ciñe con cadencia, pero sí lo consigue en sus chicuelinas y gaoneras, que adoptan el cáliz de casi milagrosas por su ceñidísimo riesgo. No regala José ni un centímetro al toro con la muleta, le come el terreno cual lobo hambriento en un gallinero de madrugada. Provoca la embestida con el frío vaho de su voz y templa con mando las inciertas embestidas del oponente. El temple lo lleva en las venas, las cuales se desprenden de su pausada sangre, que riega lentamente de rojo el corbatín y la blanca camisa. Tomás carece de pellizco, pero anda sobrado de autenticidad, la cual alimenta con un riesgo capaz de asustar al propio miedo. Necesita de esa quimera para llegar a ser José Tomás, ese torero que muchos desean ver por última vez, pues aunque mis palabras suenen fúnebres o siniestras, sólo son fieles letras de un final que siempre roza. Su toreo no es prosa, sino verbo que cae como desaliento en nuestro aliento; pues, aunque ya esté todo inventado, los buenos intérpretes poseen la virtud de darnos una nueva sensación a través del toreo de siempre.