opinión

Vuelta de Hoja | Donativos

Está demostrada la conveniencia de desconfiar del primer impulso, ya que el primer impulso suele ser generoso. ¿Cómo no conmoverse viendo en el telediario lo que queda de Rangún después de que el viento doblara todas sus esquinas a 250 kilómetros por hora? La capital birmana es un anexo del infierno, que como todos está en el mundo. La jungla se tiende en el asfalto y hay árboles que sólo Caupolicán podría mantener en sus hombros, mezclados con hierros retorcidos, pero además no hay comida, ni gasolina, ni esperanza. Como siempre que la desnaturalizada Madre Naturaleza hace una de las suyas, sus hijos peores se dedican afanosamente a la especulación o al pillaje. ¿Cómo no sentir piedad por las víctimas, sobre todo si las vemos en la tele a la hora de comer, pero la distribución de la ayuda al millón y medio de damnificados por el ciclón Nargis está siendo otra catástrofe.

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El Programa Mundial de Alimentos ha suspendido temporalmente el envío de asistencias, después de comprobar los saqueos gubernamentales. Hay generales que, al grito de «todo lo de la patria para mi», se están enriqueciendo con el martirio de su pueblo. Son el estómago armado de su nación. El Coordinador de la Ayuda de la ONU para Asia ha dicho que no habrá más auxilio sin garantías de que la comida y el dinero llegan a sus destinatarios naturales. En vez de enterrar a los 22.000 muertos y de buscar a los 41.000 desaparecidos, el Gobierno se ha empeñado en celebrar el referéndum constitucional en las zonas no afectadas por la terrible tragedia.

Que nadie pregunte a dónde ha ido a parar el dinero que han mandado generosamente centenares de personas. Pasa siempre. En el origen de muchas fortunas hay un terremoto o un tsunami o una guerra. Sus descendientes, que están muy buen educados, no hablan de eso.