VELATORIO. Féretro de un miliciano con su rifle encima. / AP
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Hezbola extiende su guerra civil al norte libanés tras dominar Beirut

Miles de habitantes de Trípoli huyen de sus casas al intensificarse unos combates que han dejado 46 muertos

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El Líbano prosigue con su particular guerra civil, que tras abandonar las calles de Beirut se ha trasladado a las montañas que rodean la capital y especialmente al norte del país árabe. Pasadas las jornadas de tensión en la capital, ayer el violento testigo pasó a Trípoli, donde se registraron duros enfrentamientos entre los seguidores del Gobierno, del grupo Al Mustaqbal, y miembros opositores del Partido Nacional Socialista Sirio.

Miles de vecinos de los barrios de Bab al Tebbaneh, Kobbeh y Jabal Mohsen huyeron de sus casas en dirección a la cercana frontera siria en busca de seguridad. En estos combates al menos una veintena de personas han perdido la vida, con lo que ya son 46, según diferentes agencias, los muertos y 132 los heridos desde que el pasado martes Hezbola considerara una «declaración de guerra» las medidas adoptadas por el Gobierno de Siniora y que suponían apartar al jefe de seguridad del aeropuerto de su cargo e ilegalizar el servicio de telecomunicación del Partido de Dios al sur del país, una red que los milicianos chiíes calificaron de «fundamental» en la guerra del verano de 2006 frente a Israel.

El Ejército libanés, cada vez más presente en las calles de la capital tras la decisión oficial de Hezbola de retirarse, extremo que aún no se ha cumplido, reforzó también su presencia en el norte del país para intentar atajar los combates en las proximidades de Trípoli. Donde no se percibió su presencia fue en Aley, un pequeño pueblo de mayoría drusa situado a las puertas del este de Beirut donde al menos dos personas perdieron la vida en los choques entre milicianos del movimiento radical y seguidores del líder druso Walid Jumblat, socio de gobierno del primer ministro Fuad Siniora. El propio Jumblat hizo un llamamiento a Hassan Nasrallah, líder de Hezbola, para que retirara a sus hombres y permitiera la entrada del Ejército en la localidad.

Los beirutíes, algunos de los cuales se concentraron en la calle a petición del Gobierno para homenajear con un minuto de silencio a las víctimas de esta última crisis, siguen este conflicto con desesperanza. Desde ayer, al menos, pueden volver a salir de sus casas con la relativa normalidad a la que está acostumbrada la convulsa capital libanesa. Esperan la reunión del Consejo de Ministros prevista para hoy en la que el Ejecutivo deberá decidir si sigue la recomendación del Ejército y decide suspender definitivamente las dos medidas que llevaron a Hezbola a sacar a su gente a las calles. Desde la oposición, el abogado de la formación hermana del partido-guerrilla chií, Amal, Ali Hassan Khalil aseguró que pese a la retirada de sus hombres de las calles, piensan «seguir adelante con la campaña de desobediencia civil al Gobierno».

Hezbola no se ha ido. Sus hombres permanecen firmes y armados en las barricadas que siguen bloqueando los accesos principales a Beirut y especialmente en aquellos que llevan a los barrios del sur donde tienen su cuartel general los seguidores de Nasrallah. Conducir por la capital se ha convertido en un rompecabezas por los continuos cortes en las carreteras y el despliegue de un Ejército en el que los libaneses empiezan a perder la confianza tras el golpe de autoridad de los milicianos frente al que nadie pudo hacer nada. El dirigente de las cristianas Fuerzas Libanesas, Samir Geagea, pidió a los responsables militares que «reflexionaran sobre lo ocurrido» y criticó duramente la postura adoptada porque «ha minado su credibilidad».

El puerto de la capital y el aeropuerto internacional permanecen cerrados y miles de personas se encuentran atrapadas en Beirut con la única vía de escape de la carretera de la costa que lleva hasta Siria, pero que atraviesa la conflictiva ciudad de Trípoli, por lo que muchos prefieren esperar.