TRIUNFO. El brasileño es recibido con la bandera a cuadros. / AP
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Nadie preguntó por Massa en Galatasaray

Los hinchas del campeón turco de fútbol enloquecen en una ciudad sin ambiente de Fórmula 1

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Nueve y cuarto de la noche en Estambul a las puertas del puente Bogazici, una imponente estructura de 1.074 metros que une el continente asiático con el europeo sobre el Bósforo. Tráfico denso en marabunta, hileras de coches tensos en una ciudad sin aprecio a la vida del peatón. Lo normal en la capital turca. Y de repente, como por ensalmo, la locura.

Locura al cuadrado, en realidad. Un Renault Symbol con tres individuos colgados de las ventanas que vociferan fuera de sí atraviesa el puente. El coche se bandea de lado a lado como una góndola. Acaba de irrumpir la hinchada del Galatasaray, campeón de la liga turca de fútbol por decimoséptima vez. El Fenerbahçe de Roberto Carlos se ha quedado con la miel en los labios hace media hora en el estadio del Trabzonspor.

Primer diagnóstico de urgencia. Esta gente ha enloquecido. Las banderas rojas y amarillas del Galatasaray inundan de repente la circunvalación. Sin ambiente de Fórmula 1, sin atención del pueblo a la carrera que acontece cuarenta kilómetros más allá, sin inquietudes por la vuelta rápida de Massa o los progresos de Alonso con su R28, Estambul se transforma en un chasquido en la marea del Galatasaray.

Delirio

Un tipo se baja del coche con una bengala y el fogonazo es como la llamada del muecín. Hombres, mujeres, niños y niñas gritan como posesos, atruenan con las bocinas de los coches y se dejan llevar por un paroxismo recalcitrante. Aquel tópico del infierno turco en el fútbol se convierte en empírica realidad a pie de puente.

Un valiente se juega el mostacho con la venta ambulante de maíz y cucuruchos de castañas entre las hileras de coches de la autopista. No desentona inmerso en esa paranoia general. Diez hinchas del Galatasaray agarran una bandera kilométrica y, ni corto ni perezoso, la transforman en centro de adoración en medio de la carretera. Diez tipos caminan por la calzada mientras los conductores neutrales, que quieren llegar a donde sea con los retrovisores en su sitio, se ven sometidos a una pinza en alineación general.

El destino de la marabunta es el viejo Ali Sami Yen, el estadio donde creció la leyenda, ubicado al otro lado del puente del Bósforo. Más que un campo de fútbol, aquello parece la 'cremá' de las Fallas. Bengalas rojas iluminan la oscuridad del recinto.

La otra parte de la caravana se ha dirigido a Taksim, la Cibeles del equipo, barrio pudiente del centro de Estambul. La escena recoge tres ambientes: la multitud de hinchas, la multitud de policías y la multitud de taxis. Es probable que ninguna otra ciudad sea capaz de concentrar más taxistas por metro cuadrado en el mundo.

La marea desciende por la calle peatonal estilo Preciados en Madrid. El bullicio, el maíz y las castañas se torna en peligro por el alcohol. Cualquier estupidez fue el origen de una tremenda paliza, puñetazos de cuadrilátero, entre bufandas adversarias.

No hay pasarela a ningún monumento ni orden concertado. Jolgorio popular y taxis, muchos taxis. Las secuelas al día siguiente en la plaza de Taksim no son muy evidentes. Sigue densa y con hechizo. Nadie habla de Fórmula 1 en la calle, sino de Cassio Lincoln y de Hakan Sukur, el centrocampista brasileño y el veterano goleador del Galatasaray.