Tribuna

La hora de los padres

Está alguno de vosotros, padres, conforme con los horarios nocturnos de vuestros hijos?

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Así espeto con frecuencia al auditorio al comienzo de algunas de mis charlas. Naturalmente nunca encontré a nadie para el que no fuera éste, un tema de gran preocupación.

-Pues si los padres sois los máximos responsables de la educación de vuestros hijos, sois los máximos culpables de esta situación.

Soy consciente de la crueldad de mi respuesta, máxime, porque la generación anterior, la mía, fue aún más culpable por no saber atajar a tiempo, algo que le sobrevino de manera inesperada; pero sobre todo porque los padres de estos tiempos, salvo patologías, tienen como primera preocupación y ocupación la formación de sus hijos.

Y es que muchos padres desconocen cuales son las situaciones que se producen, en momentos y espacios, donde los menores campan libremente a merced de los atractivos ofrecimientos que el medio les hace, de forma interesada. Consecuencia de ello, son el consumo de drogas y alcohol de forma progresivamente compulsiva, el de relaciones sexuales a edades cada vez más prematuras (en nuestro entorno inmediato hay lugares que se comienza a edades preadolescentes), el uso sistemático, por los menores, de la perniciosa píldora del día después como anticonceptivo, sin conocimiento de los padres, el incremento progresivo de embarazos y abortos en adolescentes ., y todo ello inmerso en una normalidad ambiental que parece eclipsarlo.

Para el que piense que este es un planteamiento catastrofista estoy dispuesto a darle datos concretos y exhaustivos, o simplemente, le invito a leer la prensa diaria.

¿Puede cargarse absolutamente sobre los padres el peso de la culpa de esta situación, de la que no se pueden evadir, al ser los máximos responsables de la educación de sus hijos? Me atrevo a decir que sí, aunque sé que las culpas por omisión son siempre más justificables.

Las familias estaban acostumbradas a que los estamentos políticos y sociales, y fundamentalmente la escuela, sintonizaran con lo que ellas entendían que era lo mejor para sus hijos en instrucción y valores. Depositaban en ellos su confianza, con frecuencia excesivamente. Pero sucedió que otros valores muy diferentes a los que la generalidad de los padres deseaban y desean para sus hijos, afloraron súbitamente, compitiendo con los anteriores, impulsados por unas ideologías que han pasado a ser dominantes, que no reinantes. Los padres no estaban preparados, ni mucho menos organizados, para afrontar el aluvión de leyes y costumbres que esa nueva «élite intelectual» quería imponer, de espaldas a sus deseos, y así se han ido produciendo los acontecimientos hasta llegar a nuestros días.

Estas ideologías, autonominadas progresistas, tuvieron sus orígenes después de la 2ª Guerra Europea, y su momento más emblemático fue la concentración de jóvenes en París en Mayo del 68, con lemas que reclamaban libertad. Estos planteamientos, acogidos por muchos con esperanza, encerraban una trampa mortal: se pedía libertad; pero sin asumir la responsabilidad que toda auténtica libertad debe llevar incluida (la culpa siempre es de los otros).

Frutos de estas ideas, fueron la aparición en España de leyes que trataban de «mejorar» nuestra convivencia y la formación de nuestros jóvenes. La ya entonces fracasada LOGSE, fue importada y ofrecida como la sustitución de un pasado educativo arcaico, que no permitía el moderno desarrollo de la capacidad del niño. Las consecuencias son de todos conocidas: la preparación humana e intelectual de los que ingresaban en la Universidad se han ido degradando progresivamente, según hemos ido denunciando año tras año los profesores. El recientemente publicado informe PISA sitúa a nuestros alumnos en los últimos lugares de los países civilizados. Como saben, nuestro Presidente del Gobierno ha culpado, primeramente, a los padres de esta situación, para posteriormente negar la realidad afirmando que nuestros jóvenes están al nivel de USA, Noruega, Francia . El Presidente de la Junta de Andalucía la justifica diciendo que es una situación heredada, que requiere tiempo, aunque los resultados de las evaluaciones periódicas son progresivamente negativos.

Con motivo de la reciente Ley de Educación, promulgada aceleradamente, sin consenso político y como es tradicional sin la menor consulta a los padres, se han podido comprobar las trabas que hasta los propios colegios concertados ponen a los padres, para poder ejercer su constitucional derecho a la objeción de conciencia.

Con la justificación de proteger a los niños, se promulga una Ley del Menor que lejos de conseguir los resultados deseados, ha servido para socavar la autoridad de padres, profesores y personas mayores, eludiendo siempre responsabilidad alguna en el niño y dejando impune cualquiera de sus desmanes. Ante el fracaso evidente de esta Ley, el portavoz del grupo de jueces con estas ideologías, la ha justificado públicamente expresando que nuestra sociedad no está todavía preparada para apreciar sus bondades. Déjenme decirles que el pasado año, los casos atendidos por dificultades en la relación con los hijos, en los Centros de Orientación Familiar de Andalucía, han pasado, por primera vez, a liderar las estadísticas. La supresión en el Código Civil de la facultad de los padres a «corregir razonablemente y moderadamente a los hijos» (abolición por ley del «cachete»), es una prueba de que no hay voluntad de rectificación.

Frecuentemente, los jóvenes son bombardeados con campañas publicitarias, sufragadas por los gobiernos que, justificadas para evitar males mayores, les invitan a realizar prácticas atractivas para ellos, con las que los padres están completamente en desacuerdo.

Y todo ello sin la más mínima intervención de los padres, a la postre, los auténticos sufridores, junto a los hijos, los verdaderos perjudicados.

¿Dónde está la opinión de los máximos responsables de los menores? Porque la educación de nuestros hijos, es lo suficientemente importante como para dejarla sólo al total albedrío de los políticos. La auténtica democracia no consiste únicamente en depositar un sufragio cada cierto tiempo. Una nación es auténticamente democrática cuando está convenientemente estructurada en grupos sociales, que exigen de los poderes políticos legislar a gusto de los ciudadanos, y esto pasa por el asociacionismo. Los padres, víctimas de todo lo expuesto, no han tenido, hasta ahora, las vías necesarias para enfrentarse a estas situaciones, ni para exigir el tipo de educación que quieren para sus hijos, estando a merced de ideologías que en su mayoría, no comparten.

Para reconducir la situación, urgen asociaciones de padres bien organizadas y federadas, que exijan su participación en todo lo que concierne a sus hijos. Que fuercen a los políticos a consensuar leyes tan importantes como las que atañen a la juventud, con la intervención de todos los participantes en la función educadora: padres, colegios y profesores. Es la hora de los padres. Con estas ideas, me gusta imaginar una concentración masiva de padres en Mayo de 2008, justo 40 años después de aquella mítica de París, con este lema: Queremos libertad para ejercer nuestra responsabilidad.