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Putin entrega el cetro a Medvédev, pero blinda su influencia en el Kremlin

El país más grande de la Tierra, el más rico en materias primas, principal exportador mundial de gas y petróleo, y segunda potencia nuclear del planeta, cambia de presidente. Dmitri Medvédev, de 42 años, toma hoy posesión del cargo de jefe del Estado ruso en una pomposa ceremonia que tendrá lugar en el Kremlin, en la suntuosa sala de San Andrés. Venció en las presidenciales del 2 de marzo con más del 70% de los votos. Vladímir Putin, su mentor, le entregará el cetro, pero continuará ejerciendo influencia. Según el guión establecido, el nuevo presidente propondrá hoy mismo a Putin como primer ministro y el Parlamento lo ratificará mañana.

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Medvédev, un tecnócrata leal a Putin, abogado de profesión y nacido en San Petersburgo, viene del Gobierno, de la Administración del Kremlin y de Gazprom. Putin, oriundo también de la antigua capital imperial, se lo trajo a Moscú en 1999, cuando Borís Yeltsin le puso al frente del Ejecutivo. Ambos habían coincidido antes en la Alcaldía de San Petersburgo.

Por tanto, el nuevo mandatario ruso conoce de cerca los vericuetos del poder y el trabajo de la Administración. Desde noviembre de 2005, ha venido ocupando el puesto de viceprimer ministro responsable de los llamados «proyectos nacionales», con los que se perseguía lograr una mejora de la educación, la sanidad, promover la agricultura y hacer más accesible la vivienda a los menos pudientes. El éxito obtenido, sin embargo, no puede decirse que haya sido arrollador.

Sin experiencia

En cualquier caso, no se puede decir que Medvédev tenga una gran experiencia de mando. A diferencia de su predecesor, no ha pasado por la jefatura del Gobierno. El nuevo inquilino del Kremlin tampoco tiene detrás a los servicios secretos ni a Gazprom, pese a haber dirigido su junta de accionistas. El que verdaderamente mueve los hilos del gigante energético es Putin.

Así que el bagaje que acumula Medvédev, el líder ruso más joven después de Alexánder Kérenski, jefe del Gobierno provisional en 1917, no parece suficiente para la ingente tarea que le aguarda. Es verdad que hereda un país que lleva años creciendo a una media anual del 7%, con las arcas repletas a rebosar y con la perspectiva de que los precios de la energía que Rusia vende en el mercado internacional continúen por las nubes.

Pero, al mismo tiempo, la inflación se ha desatado y amenaza con seguir empobreciendo a los más desfavorecidos, que constituyen, más o menos, un tercio de los 142 millones de habitantes que tiene el país. El problema más peliagudo, no obstante, sigue siendo la corrupción.