Opinion

Encrucijada serbia

La firma ayer del Acuerdo de Estabilización y Asociación que allana el camino para la entrada de Serbia en la UE constituye un espaldarazo a las fuerzas políticas y la corriente social favorables a la incorporación de cara a las disputadas elecciones del próximo 11 de mayo, en las que el europeísmo del presidente Tadic podría ser derrotado por el ultranacionalismo del Partido Radical. Resulta muy difícil predecir el impacto que ejercerá sobre las urnas la rúbrica del acuerdo, cuya entrada en vigor está condicionada a una colaboración más comprometida de la autoridades serbias en la captura de los criminales de guerra reclamados por La Haya. Pero sí tendrá como inmediata consecuencia situar a la ciudadanía del país ante el espejo de una encrucijada histórica, en la que no está en juego sólo la constitución del nuevo Gobierno, sino la voluntad o no de hacer prevalecer la incorporación al proyecto europeo sobre las viejas pulsiones nacionalistas que condujeron a la sangrienta desmembración de la antigua Yugoslavia.

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La incapacidad de la UE para gestionar con mayor presteza la baza de la adhesión y su subordinación a la decisión de EE UU de reconocer la independencia unilateral de Kosovo han contribuido a incentivar los sentimientos de agravio arraigados entre los serbios, parte de cuyos representantes políticos interpretan el pacto firmado ayer como la contrapartida a la aceptación forzada de la independencia de la ex provincia. La descalificación del mismo por parte de los radicales y la advertencia del partido de ex primer ministro Kostunica, pieza clave en cualquier combinación de gobierno, de que una eventual nueva mayoría parlamentaria revocará el acuerdo evidencian los riesgos que conlleva la división que anida en la sociedad serbia. Porque cualquier aplazamiento de la apuesta europea sólo conducirá a la gangrena del conflicto balcánico.