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Mahmud Abbas y lo de Beit Nahum

El ejército israelí mató ayer a otros cuatro niños palestinos, y con ellos a su madre, y a otras dos personas no bien identificadas cuando un obús de tanque entró en su casa mientras desayunaban. Esto sucedió en Beit Nahum en un escenario material expresado en el fin del cierre a cal y canto de los territorios durante las fiestas judías del Passover y de la desilusión manifestada amargamente por el presidente Abbas sobre la marcha del sedicente proceso de paz que nació en la cumbre de Amnnapolis a finales de noviembre pasado. La reapertura después de las fiestas devolvió los territorios a lo sabido: una Gaza cercada con todo rigor y una Cisjordania cuadriculada y literalmente sembrada de controles militares infranqueables tanto física como administrativamente. La vida cotidiana tan convertida en una prisión de hecho que hasta un pro-israelí como Tony Blair, pide el alivio de tales road blocks y se ha permitido presentar a la superioridad, el ministro de Defensa Ehud Barak, una lista con los que debían ser desmantelados.

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Sólo un par de días antes el Banco Mundial, poco sospechoso de antisemitismo, difundió un documento que hacía responsable directo a este estado de cosas de la ausencia de todo crecimiento de la economía palestina pese a que el primer ministro Salam Fayad intenta aplicar un programa de saneamiento y control avalado por la institución, que confía en el acreditado economista. Lo de Gaza es distinto. Es lo que, con una mala traducción, hemos dado en llamar guerra de atrición. El número de palestinos muertos en 2006-2007 fue de 810, de los que eran civiles desarmados 200 según el gobierno y 360 de creer al diario Haaretz, sionista liberal. Y en ese periodo, según la prestigiosaa organización BTselem, 152 eran menores de edad y, de ellos, 48 por debajo de los catorce años. La situación ha empeorado mucho en lo que va de año. Pensar que esto puede ser compatible con una presunta y formalmente vigente negociación de paz bajo inspiración americana es mirar para otro lado. Y el moderado presidente Abbas pareció hace unos días a punto de tirar de toalla tras reunirse en Washington con Bush: «Mi viaje ha sido un fracaso y verdaderamente apenas tengo nada que ofrecer a mi pueblo».