Editorial

La amenaza afgana

El atentado perpetrado ayer por la insurgencia afgana con motivo del desfile del Día Nacional, del que logró salir ileso el presidente, Hamid Karzai, refleja de forma elocuente la envergadura que han vuelto a adquirir las acciones terroristas en un país clave para refrenar la infiltración de Al-Qaeda en la región y tratar de asegurar su estabilidad, comprometida entre otros motivos por la mudable situación en la vecina Pakistán y la perpetuación de las hostilidades en Irak. La evidencia de que los atacantes llegaron hasta el corazón del acto en el que se conmemoraba la victoria muyahidin contra el régimen prosoviético resume la determinación con que los insurrectos persiguen amedrentar al Gobierno avalado por la comunidad internacional. Porque el atentado -cometido presumiblemente por miembros de un grupo talibán, aunque también ha asumido la autoría la franquicia local de Bin Laden- no sólo iba dirigido a sembrar el terror entre los miles de ciudadanos que asistían la celebración y a atemorizar de nuevo a Karzai, víctima de varios intentos de asesinato desde que asumió el liderazgo del país en 2001. La presencia en el desfile del comandante de la Fuerza Internacional de Asistencia para Afganistán (ISAF), el estadounidense Dan McNeill, demuestra que la insurgencia está dispuesta a mantener su pulso violento contra los efectivos occidentales desplegados en el territorio.

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Siete años después de la expulsión de los talibanes, la estabilidad se presenta como un objetivo aún lejano para las autoridades afganas y quienes les respaldan, porque aunque ni los rebeldes ni la red de Al-Qaida parecen capaces de imponer por ahora un regreso al régimen previo a la intervención de EE UU, tampoco la coalición occidental ha terminado de amarrar un triunfo militar que anule la resistencia insurgente. Esta constatación, unida a las advertencias de la ONU sobre el incremento de las actividades terroristas en el último año, constituyen razones suficientes para que la comunidad internacional se sobreponga a sus diferencias sobre la conveniencia o no de reforzar el operativo militar y mantenga su compromiso a fin de evitar el desgobierno de un estado esencial para la seguridad colectiva. Porque el dilema sobre el apuntalamiento de una misión que no acaba de ofrecer los resultados esperados puede llevar a una reflexión sobre el modo en que se está gestionando la crisis afgana, pero en ningún caso a desentenderse de la misma.