ALEGRÍA. Alonso celebra la segunda posición para la parrila de salida de hoy. / EFE
FÓRMULA UNO GRAN PREMIO DE ESPAÑA

Alonso regresa a la primera línea

Sorprendió en Montmeló y saldrá segundo detrás de Raikkonen en un espectacular progreso del Renault, que comienza a codearse con los Ferrari y McLaren

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Alonso es un punto azul que se mueve vertiginoso por un circuito en miniatura en el ordenador de Remi Taffin, su ingeniero de confianza. El taller de Renault bulle a las tres menos cuarto de ayer en Montmeló. Tensa calma, silencio sepulcral entre los nueve sabios que remiran y descifran las seis pantallas que proyectan gráficos incomprensibles, oscilantes y misteriosos según las variables que el asturiano va dejando con su pilotaje, unos kilómetros más allá, pista caliente del Gran Premio de España. Nadie habla. Mutismo total. Los portátiles lo dicen todo. Y la sentencia llega entusiasta desde la grada quince minutos más tarde. Alonso, casi pole con el coche que no carburaba. Hoy sale segundo ante su parroquia detrás de Raikkonen, de vuelta a la primera línea, deportiva y social.

«Un saltito, eh», larga irónico y burlón Flavio Briatore, el capitán de la tropa, rodeado de inmediato de cámaras, objetivos y libretas. El magnate italiano, que pretende ahora colaborar con el Real Madrid desde su Queens Park Rangers en la segunda inglesa, brinca orgulloso el baile del saltito. Hasta la fecha, Alonso había pilotado una coche-cafetera que presentaba agujeros cada día. Y si ayer fue segundo, habrá que convenir que el trabajo de los empleados Renault en la sombra, en las fábricas, en los camiones-laboratorio, dio sus frutos en el escenario más apropiado.

Alonso regresó de sus penurias competitivas en un efecto sorpresa, una de las intervenciones que convierten en inexplicable un deporte. O lo que sea la Fórmula 1. Pesimista y taciturno el viernes, exultante con el público de Montmeló al bajarse del coche.

Cambio de chasis

Al R28 le cambiaron el chasis en la noche del viernes al sábado, se incorporaron las mejoras previstas, se afanaron los ingenieros hasta la madrugada y el coche de Alonso y Piquet trabajaron con poca gasolina, al cálculo de una décima por cada diez litros de menos de combustible. Pero en esas coordenadas, en esos tirabuzones indigestos de la F-1, la realidad decretó otra sentencia. «No hay que tratar de entenderlo. Sólo disfrutarlo», se escuchó en voces veteranas y sabias.

Una gotera distrajo la normalidad de una tarde de clasificación en el garaje de Renault. Enorme imprevisto porque el agua caía justo a la espalda de uno de los ingenieros franceses que ayer brindaban en el idioma de Moliere. Ubicados en forma de pirámide, los expertos se dividen por clientes: tres ingenieros con Alonso y tres con Piquet. Seis ordenadores (uno para cada uno), tres pantallas de gráficas (una por barba) y cuatro televisores. Y por detrás, dos macro-jefes: Bob Bell y Dennis Chevier. Todos, con sus cascos personalizados, su misión concreta, su mundo de niveles y curvas.

Alonso fue ingresando en cada corte de la clasificación sin dentelladas, sin el habitual sofocón sabatino que ha amenazado con dejarlo fuera de los primeros puestos en las tres primeras carreras del Mundial. Mellada cualquier esperanza, diagnosticado el mal en un coche que no podía ganar carreras ni subir al podio al decir del piloto asturiano y de los sabios del mundillo, la casi-pole provocó una reacción festiva en la cueva de Renault.

Raikkonen arrebató el primer puesto al español en el último suspiro, con el gong a punto de caramelo, y los Ferrari cargados de combustible para no tener sorpresas hoy. Pero Renault plasmó su salto hacia delante con el segundo puesto de Alonso y la solvencia de Piquet para pasar rondas.

De repente, por uno de esos misterios indescifrables de la Fórmula 1 que tal vez haya que sintetizar en las horas de trabajo en la sombra de un grupo de individuos desconocidos para el público, Renault volvió a la vida. Y con él, el tipo que marca las diferencias.