Tras la cortina de humo
Al comienzo de Humo se hace referencia al famosísimo monólogo del dramaturgo ruso Antón Chéjov titulado Sobre los perjuicios del tabaco. En dicho texto, escrito hace más de un siglo, un pobre hombre se ve obligado por su esposa a dar una conferencia para denunciar los males de esta adicción a pesar de reconocerse fumador. Son estos dos elementos, el tabaco y la mentira, los que sustentan la obra de Juan Carlos Rubio.
Actualizado: GuardarEn escena, en una terapia propia de un gurú norteamericano, nos encontramos con Luis Balmes (interpretado o, mejor dicho, personificado por Juan Luis Galiardo) quien intenta persuadir a los oyentes del daño causado por el tabaco, a pesar de que más tarde sabremos que nunca ha sido capaz de abandonar el vicio. Esta revelación marca el resto de la obra pues tanto los personajes como el público nos damos cuenta de que estamos metidos en un juego en el que nada es lo que parece. Desafortunadamente, ni la dirección ni el guión logran aportar nada nuevo a un planteamiento tratado ya por otros autores con resultados mucho más interesantes (pongamos el ejemplo de la obra Después de la lluvia de Sergi Belbel, que se fragua a partir de elementos similares). Ni la puesta en escena ni las interpretaciones ayudan a mejorar el resultado total. Por el contrario, evidencian la proclive tendencia de ciertos sectores del espectáculo nacional, a fabricar productos estándares: la música, la escenografía, el texto -con las dosis justas de humor, drama y amor- son asépticos, efectivos, pero sin ningún atisbo de creatividad ni valor artístico alguno. La propuesta escénica cuenta, además, con la presencia de dos nombres conocidos para encarnar los papeles principales y con el derroche de ciertos medios técnicos que intentan dar un toque actual al conjunto. Y es ahí donde está la paradoja de la obra pues, si tal y como se dice en ella, la mentira es la más peligrosa de las adicciones ¿qué podemos decir de un producto que oculta tras una cortina de humo al verdadero Teatro?