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La seducción política

Sea cual sea la opinión que se tenga de los planteamientos actuales de Esperanza Aguirre en lo referente a la lucha por el poder interno en el PP, lo cierto es que la presidenta madrileña parece ser la única que ha advertido que el principal partido de oposición, que ha perdido las elecciones -a veces es preciso recordarlo, a la vista de la injustificada euforia de Rajoy-, tiene un problema relacionado con su propia capacidad de seducción: su imagen es mala, rancia, antipática, incluso a ojos de sectores moderados del electorado centrista que bien pudieran formar parte de su clientela natural.

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Nada hay peor que las derrotas por estrecho margen. Si el PSOE hubiera pedido en 1996 por una abultada diferencia de votos y no tan ajustadamente, hubiera tardado menos tiempo en llevar a cabo su plena renovación, que no llegó a plantearse hasta que se entendió que había que recurrir para ello a la generación siguiente. Y hoy el PP oficial está a punto de incurrir en el error de creer que, ya que tan cerca ha estado de la victoria en 2008, bastará con hacer algunos ajustes para ganar claramente en 2012. Es obvio que este planteamiento sería suicida porque en cuatro años corre mucha agua bajo los puentes.

Lo primero que debe hacer el PP es, efectivamente, un cruento e implacable examen de conciencia. Ha de averiguar qué estrategias fallaron, el porqué de la derrota, la causa de su escaso atractivo. Y aunque las personas intervienen en estos cómputos, es claro que la política es sobre todo una actividad racional, en cuya ponderación cualitativa influyen sobre todo las ideas, las conductas, las propuestas. Y el PP ha cometido errores muy abultados, que pueden resumirse en dos grandes capítulos.

Uno primero ha sido su identificación acrítica con gravísimas mixtificaciones de la realidad urdidas por un sector bien concreto del acompañamiento mediático del propio PP. La fabulación de la teoría de la conspiración y la infamia de una oscura complicidad entre el PSOE y ETA en el 'proceso de paz', ambas desmentidas inequívocamente por la propia realidad, han proyectado la imagen de una formación política radical, extremada y poco fiable.

El segundo error ha consistido en admitir la connivencia estrecha con grupos de presión reaccionarios que han descentrado gravemente al PP. Las algaradas callejeras protagonizadas por una AVT inadmisiblemente radicalizada o por el sector más recalcitrante de la Conferencia Episcopal han apartado al principal partido de la oposición de la zona templada del espectro político. De otro lado, ciertos gestos erróneos -los recursos ante el Tribunal Constitucional contra la ley de matrimonio homosexual o contra ciertos aspectos de la ley de Igualdad- han acentuado el escoramiento hasta extremos que explican la faz adusta con que el PP ha sido retratado en el gran cartel electoral del subconsciente colectivo.

Conviene señalar en todo caso que el PP ha actuado de forma completamente monolítica en este asunto (como en todos: también Aznar demandó y obtuvo el apoyo unánime de sus conmilitones en la descabellada aventura de Irak), por lo que sería injusto que ahora alguien osara señalar a Rajoy como cabeza de turco. Si acaso, fue Ruiz-Gallardón y no Esperanza Aguirre quien advirtió tímidamente de aquellos desvíos, lo que le acarreó las iras -y los insultos- de quienes se sintieron aludidos. No deja de ser, pues, curioso que sean sobre todo los medios y los clanes que más empujaron a Rajoy hacia los errores que le costaron finalmente la derrota los que ahora le critiquen con más saña y pongan en cuestión su liderazgo.

Todo indica, en fin, que el barullo interno del PP, ese forcejeo más o menos solapado entre los líderes, este descontento general que proviene del sabor agraz de la derrota, no tiene, ni encontrará por tanto, solución de laboratorio. Como ya sucedió en el PSOE, el desconcierto suscitado por el fracaso sólo puede zanjarse mediante un ejercicio pletórico y sincero de democracia interna. Si Rajoy comete el error de buscar ser reelegido por aclamación, la crisis del PP se volverá una enfermedad crónica.