ABANDONO. Basura amontonada en una calle de Nápoles en una imagen de archivo. / AP
MUNDO

Belleza, basura y crimen

Nápoles refleja hasta qué punto Italia ha tocado fondo, con una crisis de desperdicios crónica que la ineptitud política no ha sabido resolver y la ciudad en manos de la Camorra

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El impacto de Nápoles es cálido y violento. Se percibe de inmediato que se está en un sitio raro, de vitalidad tóxica. Se ven trileros, agitación, peleas, bullicio, delitos. El taxista filosofa, teoriza, se lamenta. Clama contra los políticos corruptos, critica el conformismo de la gente, moraliza con integridad. Un buen tipo, hasta que dice que la carrera son 59 euros, lo pone el taxímetro. Por diez minutos. Tras aclararle que vivo en Italia y reírnos lo dejamos en 25, aunque en realidad no son más de 15. Bienvenido a Nápoles. Si no fueran tan simpáticos sería para matarlos.

Tampoco las montañas de basura consiguen ocultar la belleza primitiva de esta ciudad. «La monnezza è richezza», la inmundicia es riqueza, se dice en Nápoles. También que «Francia o Spagna purche si magna», que es igual quien mande con tal de que haya para comer. En la histórica pizzería Da Matteo, por ejemplo, se paga todavía cinco euros por una pizza y una cerveza. Es la visión de un pueblo que vive ajeno a la estructura oficial, sobrevive por su cuenta y no piensa en el mañana hasta extremos suicidas. En los políticos, obviamente, no cree nadie. Menos que en ninguna otra parte de Italia. Aquí ha mandado el centroizquierda. El caos de la basura, desde hace quince años, no es riqueza, y se ve en la Borsa Mediterránea del Turismo, la feria del sector, celebrada hace unos días, en el momento de este viaje. Las visitas han caído un 20%, dice el Gobierno regional. No hay que preocuparse, unos empresarios napolitanos promocionan viajes al espacio. Aquí siempre se vende la Luna.

El 20% es un eufemismo. En Semana Santa no ha ido nadie. Las imágenes de Nápoles sepultado en basura desde diciembre dieron la vuelta al mundo. Ahora el centro está limpio, pero el daño está hecho. El célebre hotel Vesubio, donde se hospedaban Bogart o Grace Kelly, donde murió Caruso, cerró su famoso restaurante del último piso, el Caruso, el pasado 9 de marzo. «En los últimos meses tenemos diez clientes, y con 90 cubiertos, 160 con la terraza, es insostenible», explicó la directora del hotel, María Claudia Cardinale. Los cruceros evitaban Nápoles y 40 obtuvieron permiso para atracar al otro lado de la bahía.

El Vesubio estaba lleno de gente. Llegaba Berlusconi, que tenía un mitin. Ya estaba en el hotel su aliado, Gianfranco Fini, líder de la posfascista Alianza Nacional. Verlo bajar por las escaleras, con su estado mayor, era una buena estampa de la política italiana. Fini, con su gabardina blanca, fumaba con aire principesco. Fumar está prohibido en Italia en cualquier edificio, nadie lo hace y es insólito ver a alguien que incumple la norma. Pero un político italiano sabe que él puede.

Una pequeña multitud espera a Berlusconi. Muchos jóvenes patanes con gomina y un llamativo grupo de chicas monas. Vestidas de blanco, llevan un regalo para el magnate y reparten folletos de un absurdo proyecto faraónico, un auditorio y centro comercial con forma de anillo que promete 30.000 puestos de trabajo. Es plástico puro, pero alguien está intentando venderlo. Oyendo a estas jóvenes se cae el alma a los pies. «Berlusconi es alguien que hace cosas concretas, que tiene dinero», explica Liliana, una de las modelos. Sobre el poder del magnate dice que no hay problema: «La RAI la pagamos todos y no la ve nadie, en cambio Mediaset (las tres cadenas de Berlusconi) no cuesta nada, y Canale 5 es maravilloso, a mí me gusta todo, reality shows, series, es una programación maravillosa». Tiene 26 años. Hay toda una generación así en Italia, que sólo se alimenta de televisión. Llega Berlusconi y la turba se vuelca en él como un mesías. «¿trabajo! ¿trabajo!», gritan. «¿Silvio, Silvio!».

Un cura y la Camorra

No se sabía muy bien a qué hora era el mitin. En unos carteles decía que a las cinco, en otros a las seis. Empezó casi a las siete. Esto en Nápoles es normal. El cartel de un notario que firma transferencias de coches proclama que lo hace «en tiempo real». En el mitin no había mucha gente. Berlusconi no está llenando plazas, aunque no lo diga nadie y menos sus informativos. Il Cavaliere improvisó sus tonterías habituales y cuando terminó no había dicho ni palabra de la Camorra. Y así llegamos a la verdadera realidad de Nápoles.

Para tocarla hay que salir del centro, por ejemplo, a Secondigliano. Es el barrio del clan Di Lauro, el más poderoso de la Camorra. Allí, en la iglesia de San Cosme y San Damián, un hombre que hace lo que puede contra la Camorra.

-Don Fulvio, ¿pero realmente aquí no hay Estado?

-Ah, ¿usted lo ha visto?

Fulvio D'Angelo, 45 años, párroco de Secondigliano, 55.000 vecinos y 20 policías, cuenta cómo es la vida en el barrio mientras prepara un café. Es la cocina del centro juvenil que ha conseguido abrir. Cuando llegó, hace once años, vio un tiroteo y cayó a sus pies el primer muerto. En febrero, el último. Celebraba misa y se oyeron cinco disparos. En la calle, Carmine Fusco, 33 años, sicario del 'clan Di Lauro', agonizaba al volante de su Mini. Murió con la música a todo volumen. Era la respuesta al asesinato, tres días antes, de un hermano del capo rival, De Lucio. Don Fulvio salió y le bendijo. Alrededor, el barrio comenzó su ritual de rutina. Cerraron las tiendas y los bares. Por la noche, toque de queda en la oscuridad total. Pero los puestos de control son de la Camorra.

¿De dónde sale su poder? «Por desgracia, la Camorra da el pan, será un pan maldito, pero es pan», dice el sacerdote. «La Camorra es un sistema que suple al legal, que hace lo que no hace el Estado. Hay criminales, pero la mayoría de la gente de los clanes haría otra cosa si pudiera, son pobres soldados, carne de cañón». En Nápoles, con un paro juvenil del 50%, no hay futuro. Los clanes captan a los chavales con 12 ó 13 años. Su primer sueldo es llevando armas o droga en ciclomotores, o vigilando esquinas. «Yo no sé darles una respuesta», confiesa D'Angelo. Ha formado un movimiento juvenil y alza la voz contra la Camorra. Pero convive con ellos, oficia sus funerales, les confiesa. «Si puedo hacer algo por alguien, lo hago, y le digo algo al oído, por si me hace caso...». El párroco es muy pesimista y no cree que los políticos vayan a cambiar nada. «Se ve aumentar la rabia día a día, también en personas cultas, no sé cómo acabará esto. Nápoles, el sur entero, en manos de la mafia, es un polvorín».

Al dejar Nápoles, por las mismas vías salen trenes cargados de basura hacia Alemania, que cobra encantada a Italia por el trabajo que no sabe hacer. Es el habitual parche de emergencia. Esa noche matan a dos hermanos, de 20 y 17 años, en el barrio de Barra, otro ajuste de cuentas. Este año van 23 muertos, una cifra dentro de la media. Mañana será otro día.