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Continúa la tensión

El eco que las desavenencias internas que vive el Partido Popular están generando fuera de esta formación se explica por que en su interior persiste una tensión que sólo pareció disiparse en la primera reunión que celebró la dirección popular tras los comicios del 9 de marzo. Desde entonces, tanto la incomodidad suscitada por los cambios introducidos por Rajoy en la organización del grupo parlamentario como la posibilidad de que su actual líder tenga que enfrentarse a las aspiraciones de Esperanza Aguirre de cara al congreso de junio se han convertido en factores críticos, siempre difíciles de administrar inmediatamente después de una derrota electoral. Es probable que no estemos asistiendo a los prolegómenos de una disputa por la presidencia del PP y que, más bien, el pulso que se está librando obedezca a la resistencia que oponen algunos sectores del partido a ser orillados en aras de la renovación. Si fuese así, sería conveniente que sus protagonistas lo dejaran claro. Porque tan legítimo como pretender la confianza de los delegados en el próximo congreso para convertirse en líder máximo de la formación es demandar de Mariano Rajoy una disposición favorable a la integración real de todas las sensibilidades del PP y del máximo de sus cuadros dirigentes.

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Lo que puede resultar más confuso y desestabilizador es que para conseguir esto último se amague con pretender lo primero. De igual manera, el apoyo expreso o el obligado respeto con el que todos los dirigentes populares saludaron el propósito de Mariano Rajoy de postularse como candidato a las generales de 2012 difícilmente se convertirá en un respaldo unánime y activo a su liderazgo si éste no brinda a esos mismos notables un escenario de participación al frente del partido o, en su defecto, fórmulas reconocidas de expresión del desacuerdo. La solidez de un PP como realidad integradora del centro-derecha español es algo que atañe a sus integrantes en relación a quienes han depositado su voto a favor del mismo. Pero en tanto que el Partido Popular representa la segunda fuerza del país, su estabilidad interesa al conjunto de la sociedad, al margen de que sus tensiones internas favorezcan a las demás formaciones, comenzando por el PSOE.