Opinion

Se nos fue el Padre Jesús

A esta hora ya tiene que tenerle el Padre Jesús la cabeza a su Morena de la Merced como un bombo, contándole las maravillas de su Herencia, los saltos que se ha metido por el Monte del Cabezo, o la de gente que ha arrastrado consigo por todo Jerez, desde su Basílica hasta su entrañable barrio de Picadueñas...

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Hoy el Padre Jesús le ha dado por madrugar demasiado pronto, y sin avisar a nadie, aunque todos nos hemos enterado -como todo lo que hacía- porque nunca ha dejado de hacer cosas así de grandes como la que se le ha ocurrido ahora, ha vuelto a enfundarse sus pantalones con los bolsillos rotos, rotos de tanto ofrecer, rotos de tanta generosidad, de tanta entrega, siempre con la sonrisa en el semblante, y se ha marchado despacito, sin querer hacer mucho ruido, porque él es así de humilde, así de modesto, caminito del cielo, a sentarse con su Morena a hablar de todas esas cosas tan dulces que el corazón del Padre Jesús siempre ha tenido para Ella.

Y ahora le estará contando que su Herencia es mucha Herencia. Que si alguna vez lo vio cuando tenía menos barba, como a él le gustaba decir, que eso de más joven no, porque joven lo soy siempre, chiquillo, en su horno de pan, ganándose la vida y viendo a María hasta en lo quemaíto de los chuscos. «Que yo no he dejado de ser nunca panadero, primero de mi pueblo, y luego Panadero de Dios» (ahí queda la cosa, ¿se puede ser más sencillo y decir algo tan grande?).

Y María le dirá que sí, cómo no va a saber tu Morena, Jesús, dónde está tu Herencia, si no había conversación contigo en la que no apareciera tu pueblo, y tu gente, y tu cariño, y tus padres, y todo lo que ha hecho que hoy descanses allí, al laíto de Ella.

Se ha ido despacito, sin querer hacer mucho ruido. Pero todo Jerez se ha enterado, Jesús. ¿Tú que te creías?, ¿tú te creías que te ibas a ir así sin más, así a la ligera?, ¿sin que llenáramos como hoy hemos llenado tu Basílica? Que no cabía ni el aire, Jesús, que tú mismito lo estabas viendo desde el mejor balcón que había en el cielo. Y la Morena te señalaba para abajo, para que miraras bien, para que vieras que si hubiera habido catorce basílicas igual de grandes, Jerez las hubiese llenado todas para rendirte el honor que se merecen los hombres buenos, los hombres de Dios.

Y claro, y tú como siempre, sencillo, humilde, con esos golpes que tenías, va y le sueltas a medio cielo que te acompaña: «Jovar... así dan ganas de morirse...».

Hace ya algunos años, me presentaron, por primera vez, al Padre Jesús para formar parte de su Parroquia en el Corpus Christi. Aún recuerdo que, casi sin darme tiempo a extender mi mano para saludarle, me cogió de los hombros y me plantó dos besos en las mejillas, y me soltaste, Padre Jesús: «A la gente de Dios yo le doy dos besos, la mano me la guardo pa soltar sermones» ...

Y de ahí, cómo no podía ser de otra manera, nos llevó a enseñarnos a su Virgen de la Cabeza, a su Morenita y Pequeñita, lo mismo que una Aceituna... una Aceituna Bendita... a la Niña de sus ojos, de los ojos de un hombre bueno, un hombre santo.

Ahora mismo estoy pensando, que con toda la eternidad por delante, Padre Jesús, al menos podrías ponerte a aprender un poquito de informática, que el pobre Felipe te tuvo que pasar todo el Pregón a ordenador... Ya sabes...

Se ha ido despacito, sin hacer mucho ruido. A ver de cerca a su Morena, a sacar todas las mañanas tempranito el pan del horno en el cielo, el pan quemaíto para repartirlo como el mejor panadero de la gloria. El hombre de Herencia, el sacerdote de todos, los de cerca y los de lejos, los que no pisaban la iglesia ni para un bautizo, y los que estaban codo con codo. El hombre amigo, aquel que no dejaba pasar cuatro palabras sin que entre ellas interviniera Ella. El Padre Jesús, sacerdote, un hombre bueno, un amigo.