LOS LUGARES MARCADOS

Nuestros primeros libros

A quienes, como yo, vivieron su infancia en los últimos años del franquismo, nos sigue cautivando esa palabra: el tebeo. Su sola mención nos transporta a los pantalones cortos, a las tardes de domingo con meriendas de pan con poco chocolate y mucha miga, al sofá de escay con tapete de ganchillo que nos acogía como una madriguera en los días de lluvia. A los años, en fin, de iniciación y descubrimiento.

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Había quienes preferían las aventuras del Jabato o del Capitán Trueno -ah, los inefables Crispín, Fideo de Mileto, Goliat, la hermosa Sigrid, reina de la isla de Thule, o la dama Claudia-, quienes se decantaban por el humor de los Pulgarcito, DDT, Jaimito o el inclasificable Pumby, o quienes se apuntaban al carro del romanticismo de Esther y su mundo. También quienes ya miraban a Europa (Asterix, Tintín, Lucky Luke, Corto Maltés) o a los EEUU (con los superhéroes de la casa Marvel). De algún modo, estábamos marcando, con nuestras predilecciones, los futuros gustos literarios. Porque no me cabe duda de que lo que estábamos haciendo era acercarnos a la literatura, por aquel camino coloreado -o no- de la viñeta y el bocadillo.

Tengo la sensación de que hoy las instituciones culturales del país, que tanto interés parecen tener en aficionar a los niños a la lectura (con un éxito más bien discreto), han olvidado el valor que tienen los tebeos en ese sentido. Quizá quienes proyectan los planes de promoción del libro no hacen memoria de sus propios primeros pasos lectores. Un amigo me habló la semana pasada de la falta de apoyo que tuvo su idea de fundar una tebeoteca nacional, y de cómo su desaliento le llevaba a pensar en deshacerse de los miles de ejemplares que pretendía donar. Ojalá que haya quien recuerde que aquellos tebeos fueron nuestros primeros e iniciáticos libros y retome el proyecto antes de que sea tarde.