'BIENVENIDO A FAREWELL-GUTMANN'. Los actores Héctor Colomé y Lluís Soler, el director, Xavi Puerta, el productor Joan Guinard y el también actor Adolfo Fernández. / EFE
Cultura

Xavi Puebla deshumaniza a ejecutivos ebrios de ambición

La directora navarra Ana Díez ajusta cuentas con la dictadura uruguaya en 'Paisito'

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El cine es reflejo de la sociedad de su tiempo. Por el momento, han coincido en Málaga cuatro películas que muestran vidas desquiciadas por culpa del trabajo. Así que los que abogan por la conciliación entre la vida laboral y personal reflejan un sentir popular. Tras los ejecutivos cainitas de Casual Day, los padres sin tiempo de Cobardes y el cocinero desbordado de Fuera de carta, la cuarta jornada a competición presentó a los empleados del departamento de recursos humanos de Bienvenido a Farewell-Gutmann.

La ópera prima de Xavi Puebla describe un día de trabajo en los despachos de una gran empresa farmacéutica. El jefe de recursos humanos acaba de fallecer. Y sus subordinados le velan blasfemándole entre dientes. Están el gallito de la oficina, con tanta ambición como facilidad para bajarse la bragueta ante las compañeras (Adolfo Fernández); la ejecutiva sin horario, gélida por fuera, un mar de inseguridades por dentro (Ana Fernández); y el fracasado del grupo, antaño jefe al que el alcohol frenó los ascensos (Lluís Soler).

La llegada de un mefistofélico superior de la central para determinar quién de los tres subirá de planta declarará la guerra entre los arribistas. Bienvenido a Farewell-Gutmann avanza a ritmo de intriga macabra y sin salir del centro de trabajo. Parece una obra de teatro, con diálogos literarios y forzados. Carece de la enjundia dramática y la inquina de otras fábulas sobre la voracidad capitalista y la inhumanidad del mercado laboral, donde los trabajadores ceden su alma a cambio de medrar: Glengarry Glen Ross, El método Gronhölm...

«El mundo laboral es sólo el punto de partida», aclaró su director. «Me interesaba mostrar una empresa como un microcosmos social para hablar sobre la condición humana». David Mamet ya lo hizo antes mucho mejor.

Terapia del tiempo

La segunda cinta a competición recupera a la realizadora navarra Ana Díez, que en 1990 ganó el Goya a la dirección novel por Ander eta Yul. Hacía siete años que no estrenaba, desde que Algunas chicas doblan las piernas cuando hablan no diera un duro en los cines. Paisito lleva el mismo camino. Un drama pretendidamente intenso sobre el peso de la memoria histórica, «una historia de amor en tiempos salvajes de dictadura, con personajes que vagan sin padre y sin patria», según su directora.

Un futbolista uruguayo recién fichado por Osasuna se da de bruces con su pasado nada más pisar España, la tierra de sus padres. La catarsis y el ajuste de cuentas con el pasado tratarán de dilucidad qué ocurrió en aquel país en 1973, cuya presunta democracia y sus millones de cabezas de ganado no podían ocultar el descontento del pueblo, la corrupción endémica de políticos, militares y tupamaros.

«La terapia del tiempo no borra la cicatriz, la convierte en identidad», reflexiona Ana Díez, que ha querido mostrar cómo actúan en un régimen totalitario «los que se quedan en medio, los que no toman partido». Filmada en Uruguay con producción española de Gerardo Herrero, Paisito está protagonizada por Mauricio Davub, María Botto -que, al menos, se pasa el metraje desnuda- y el gran Emilio Gutiérrez Caba, a quien el rodaje le sirvió para estrechar lazos con el país: «Allí todo el mundo habla igual que tú, pero nadie te conoce».