Editorial

Clinton sigue

Hillary Clinton proseguirá en la pugna con Barack Obama por la candidatura demócrata a la Presidencia de EE UU, persuadida de que el centenar de delegados que hoy la separan de su contrincante no suponen un distancia irrecuperable cuando aún restan por disputar una decena de estados. Los apoyos de que disfruta permiten a Clinton mantenerse en la carrera electoral al menos hasta la cita en Pensilvania de dentro de tres semanas, en la que sólo una severa derrota, cuando aparece como favorita en las encuestas, podría forzarla a replantearse su postura. Ha de resultar necesariamente doloroso considerar no ya la renuncia, sino la mera posibilidad de perder, cuando ella partía con ventaja en los pronósticos iniciales y dada envergadura del esfuerzo que ha realizado para regresar a la Casa Blanca. Pero el mero hecho de que Clinton se haya visto obligada a salir al paso de las voces que, dentro del partido, han sugerido ya la conveniencia de que desista de su duelo con Obama refleja no sólo el empuje de su oponente. Muestra también la inquietud que cunde en las filas demócratas ante las perjudiciales consecuencias que podría tener para la decisiva batalla por la presidencia alargar la rivalidad interna hasta la convención de finales de agosto.

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Esa preocupación ha sido expresada por políticos muy veteranos, algunos con dilatadas trayectorias en el Senado y no proclives a Obama, cuya pretensión es sumar fuerzas lo antes posible en torno al programa demócrata y defenderlo con la garantía de la unidad frente al conservadurismo moderado del aspirante republicano, John McCain. Los temores de ese sector se justificarían tanto por los sondeos que sugieren que Obama estaría mejor situado para enfrentarse a McCain, como por la constatación de que Clinton sigue despertando una fuerte animadversión en parte del electorado demócrata, que optaría por la abstención o incluso por los republicanos si es ella la elegida. Tanto uno como otra han asegurado que la unidad del partido está preservada gane quien gane la candidatura. Pero ese compromiso no despeja el interrogante sobre cuánto perdurará el entusiasmo entre los votantes demócratas si el duelo se encarniza y, sobre todo, cuál será su efecto sobre el cuerpo electoral desvinculado de las apasionantes primarias del partido.