EL MAESTRO LIENDRE

La semana de las bestias

Animal de principio a fin. Así ha sido una semana que comenzó marcada por la bestialidad y ha terminado de forma brutal. El domingo de resurrección volvió a la vida esa reconfortante costumbre de soltar una vaquilla, o un toro, para que los mozos del pueblo y los catetos recién llegados de la ciudad se juegen las vértebras por ver quién es más chulo. Los lugareños aseguran que se trata de una tradición porque se hace de toda la vida (de Dios, en este caso de la Pascua). Es el mismo argumento que se utilizaba hasta hace poco tiempo para justificar la esclavitud, la negación del voto femenino y el trabajo infantil en las fábricas. Como se ha hecho siempre...

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Nadie piense que se trata sólo de velar por el buen ánimo de los animales, que también. Estamos hablando de excesos alcohólicos para jugarse la vida o la tetraplejia delante de un morlaco que, si no sufre, tampoco acoge la idea entre mugidos de felicidad. Los ayuntamientos se cubren las espaldas con aquello de «cumplimos todas las normas». Es que no debería existir ninguna norma porque debería abolirse ese peligroso, zafio y cruel jueguecito, convertido en evento por la bulimia de diversión que (desde los años 80) tienen los veinteañeros españoles, fruto del estúpido buenismo, del desorientado colegueo paternal de administraciones y progenitores.

Tiro al pato

A esos mismos padres marmota, a esas mismas instituciones, a esos funcionarios que se ocultan como avestruces y deciden a la velocidad de la tortuga, cabe achacar también la valiente incursión en el Parque Genovés de unos cuantos indeseables de 15 años (no nos hagamos tantas historias mentales con los menores de edad que hay quién nace lechón y muere cochino).

Como si Cádiz estuviera sobrada de recintos para llevar y entretener a los niños, van estos cabritos y se dedican a torturar a unos bichitos inocentes (salvo cuando tienen gripe). Apenas había pasado una semana de la presentación de la cascada rehabilitada (no mucho, por cierto). Los niños de Cádiz ya podían volver a pasar por allí a ponerle nombres a los patos y a tirarles pan duro. Pero unos desgraciados, cuyo entretenimiento delictivo retrata su capacidad mental, decidieron estropear lo recién presentado. Esta práctica del vandalismo express se ha convertido, después del fútbol-sala, en el deporte más practicado por determinados adolescentes gaditanos. La Policía Local y los guardajardines, presos de un galopante estrés, estarán hibernando en sus cuevas. Menos mal que en el Parque Genovés ya no hay ponys, que si no, estos niñatos amenazarían a sus coleguitas mandándoles las cabezas cortadas de los equinos cortetes. Sus padres, orgullosos ante la imitación que sus chinorris hacen de Robert Duvall, les regalarían otro billetito de cien euros para terminar de tunear la moto.

Miss jaca galopa

Eran pocas las animaladas cuando San Rafael, que no San Jorge, sacó su espada para segar los pantalones de un tajo y convertirlos en faldas. La que no quiera exponerse a tamaño corte, se queda sin 30 leuros cada mes. Otra vez sirviendo de cachondeo esta ciudad empeñada en demostrar que descubrió los encantos de la democracia hace casi 200 años y que, desde entonces, no los ha puesto al día ni una vez. Las mujeres vistas como jacas, como esas osas que nos cuidan pero que deben parecer siempre lo que los hombres queramos que parezcan, bien madres, bien putas.

Una vergüenza que sólo sirve para comprobar lo lejos que aún queda la igualdad real, lo cerca que tenemos todos los dinosaurios franquistas que tratamos de ocultar tras la pantalla plana. Tampoco hay que criminalizar a Pascual. Sólo es uno más, pero ha enseñado la patita. Habría tanto que contar de tantos. Alguno, esta semana, se ha indignado de mentirijillas para que no se le note que está cortado por el mismo patrón de orangután.

Hay tantas empresas que toman represalias contra las mujeres que osan tener hijos o que consienten el acoso sexual, hay tantas empleadas que soportan las fantasías pegajosas de sus onanistas jefes. En las grandes firmas innombrables y en los medios de comunicación, también. Conozco un caso en el que mandan dos gorrinitos que amedrentan homosexuales y tratan de asustar a recién paridas. Como hablamos de animales, ya pagarán la cacería, ya celebraremos San Martín.

El bicho del miedo

Y para terminar, el repulsivo animal de Huelva. Como Peter Lorre en M, el vampiro de Düsseldorf (que ahora conviene revisar, más que nunca), el confeso autor de la muerte de Mari Luz provoca una mezcla exacta de miedo, asco y pena. La ridícula actuación de la Justicia provoca una enorme cantidad de preguntas con una sola respuesta: algunas de las cosas más importantes están en manos de animales tan torpes como nosotros. Para mayor espanto, los autores de tal animalada habían salido en la tele muchas veces, como la que voló el edificio en Barcelona, como el que mató a su mujer en Alicante... Nunca como ahora tuvo tanta razón Italo Calvino al decir aquello de que «la decencia consiste en no salir en la televisión». Ahora resucita el peor bicho, el del miedo. Cada padre que acompañe a su hija será un sospechoso en potencia. Las miradas se volverán culebras sin que nadie acierte a saber si hay más pederastas que antes o son los de siempre pero ahora sus repugnantes actos salen a la luz con más asiduidad.

Como dice la manida frase: «Cuanta más gente conozco, más me gustan los perros». Tras esta semana, apetece añadir: y las ratas. landi@lavozdigital.es