MEMORIAS DE LA FRONTERA

Juan Luis Galiardo, huérfano de Rafael Azcona

A mediodía de ayer, Juan Luis Galiardo se pegaba una zambullida en las aguas de Puente Mayorga, en la Bahía de Algeciras. Más allá del indudable acto de heroísmo que ello supone en las proximidades del New Flame, Galiardo retornaba de esa forma a sus recuerdos infantiles de San Roque, en Cádiz, su ciudad natal que le hizo predilecto: «Claro que me ha dolido la muerte de Rafael Azcona, pero su forma de irse me ha dado muchas fuerzas», comentaba en torno al reciente fallecimiento del guionista por excelencia del cine español, que había encontrado en este actor gaditano a uno de sus fetiches.

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Huérfano de Azcona, más allá del cine, Galiardo simboliza a la farándula de esta vieja provincia cómica, cuya capital albergara en los siglos XVIII y XIX un sinfín de escenarios que ya de por si, sin contar a la Tía Norica o al importantísimo teatro independiente de la transición, daría para justificar la celebración del Día Mundial del Teatro que ayer también se conmemoró en Cádiz con un hermoso mensaje del autor canadiense Robert Lepage: «Hay numerosas hipótesis sobre los orígenes del teatro, pero la que más me interpela tiene forma de fábula -escribió él y se leyó ayer en múltiples lenguas-. Una noche, en tiempos inmemoriales, un grupo de hombres se habían reunido en una cantera para calentarse alrededor del fuego y contarse historias. De pronto, uno de los hombres tuvo la idea de levantarse y usar su sombra para ilustrar su relato. Usando la luz de las llamas hizo aparecer personajes inmensos en las paredes de la cantera. Deslumbrados, los demás diferenciaron al fuerte y al débil; al opresor y al oprimido; al dios y al mortal. Hoy en día, la luz de los proyectores ha reemplazado al fuego original, y la maquinaria escénica, al muro de la cantera. Y por mal que les pese a algunos puristas, esta fábula nos recuerda que la tecnología está en el origen mismo del teatro y que no debiera ser percibida como una amenaza sino como un elemento aglutinador. La supervivencia del teatro depende de su capacidad para reinventarse integrando las nuevas herramientas y los nuevos lenguajes. Si no, ¿cómo podría el teatro seguir siendo testigo de las grandes apuestas de su época y promover el entendimiento de los pueblos, si no da él mismo prueba de apertura? ¿Cómo podría jactarse de ofrecer soluciones a los problemas de la intolerancia, exclusión y racismo si, en su propia práctica, se resiste a todo mestizaje y a toda integración? Para representar el mundo en toda su complejidad, el artista debe proponer formas e ideas nuevas, y tener confianza en la inteligencia del espectador, que es capaz de distinguir la silueta de la humanidad en este perpetuo juego de luz y sombra.Y es cierto que de tanto jugar con el fuego, el hombre corre el riesgo de quemarse, pero también la posibilidad de deslumbrar e iluminar».

Pero el movimiento se demuestra andando y el teatro, en escena. Así que hoy, Galiardo se apeará de la gran pantalla y del luto por Azcona -que también escribió libretos teatrales¯para representar Humo. Será en el teatro sanroqueño que lleva desde hace años el nombre de este actor versátil y escalofriante. Se trata, en apariencia, de una obra que versa sobre la adicción al tabaco, pero eso sólo es un pretexto. Su trasfondo es bien distinto y nos lleva a reflexionar sobre la apariencia y el simulacro que más allá de las máscaras de la tragicomedia griega siguen primando sobre las relaciones humanas.

Ese gran teatro del mundo también ha tenido dignos representantes en la provincia gaditana. Pero habría que buscarlos más en las bambalinas del poder político o económico que en las de la vieja farsa.