Opinion

Otra vez a dieta

CALLE PORVERA Si les cuento la de veces que he empezado una dieta, no se lo van ni a creer. Y es que desde pequeñita he tenido muy buen comer, que le vamos a hacer. Supongo que mi pasión por la comida comenzó cuando apenas era un bebé y mi madre -que es una magnífica cocinera- decidió hacerme el estómago grande. Lo digo porque cuando aún tenía pañales y los dientes comenzaban a asomarse por mis encías, a mi queridísima mamá no se le ocurrió otra cosa que darme un plato de berza. Dicen que me tiré dos días durmiendo y que mi madre no dejaba de llorar, no me extraña, sinceramente.

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Creo que desde entonces sentarme a la mesa a comer no ha sido para mí nunca un problema. Eso sí, no me gusta picar entre horas, y menos mal porque sino las dietas hubiesen sido más difíciles de lo que ya son por sí solas.

Estos días afronto el inicio de una nueva restricción de alimentos. Y es que la llegada del verano y la futura boda de una de mis mejores amigas me obligan a ello. No obstante, la preparación mental que uno debe hacer es también muy dura. Se acabaron las patatas fritas, los sopones en las salsas, las croquetas de mi madre, las pizzas, la comida mexicana, los helados... y habrá que acostumbrarse de nuevo a las verduritas -sanas donde las hayas-, al pescadito a la plancha, el filetito de pollo, los yogures desnatados, el café con sacarina, la frutita a toda horas, el arroz blanco, la pasta sin apenas avios y la tablitas esas que engañan al hambre.

De verdad que no entiendo a las personas que me dicen que no les gusta comer, que lo hacen por inercia. Creo que ellos no han probado las delicias de un buen guiso o la tarta de galletas de mi madre porque les aseguro que si lo hacen repetirían plato y si no pregúntenle a mi amigo Gonzalo. Cuando estudiábamos en Sevilla mi madre también le preparaba a él las fiambreras con sus famosos anetos.