Juegos empañados
El resultado de las elecciones celebradas en Taiwán, isla encuadrada en China pero que opera como estado independiente desde 1949, supone un motivo de alivio para las autoridades de Pekín, en un momento en el que arrecian las críticas internacionales por la represión de las revueltas en Tíbet. El triunfo del partido opositor Kuomitang y los fallidos referendos sobre la incorporación de Taiwán a la ONU están llamados a aplacar las presiones secesionistas y a abrir una nueva vía de diálogo con el Gobierno chino. La posible suavización de las relaciones con la isla no mitigan, sin embargo, los riesgos que está comportando para la credibilidad y la imagen exterior del régimen comunista su gestión de los disturbios en Tíbet, especialmente después de que éstos se hayan extendido a otras provincias y Pekín haya expulsado de la zona a todos los periodistas extranjeros.
Actualizado: GuardarResulta elocuente que, pese al secretismo dominante, el régimen se haya visto obligado a confirmar la existencia de al menos 19 muertos y 382 heridos, un cifra muy inferior al centenar de víctimas denunciadas por el exilio tibetano. Esta forzada admisión sobre las consecuencias de la crisis, unida a la censura de la Prensa, ponen de manifiesto los aprietos a los que se enfrenta la oficialidad china, que ha encontrado en los Juegos Olímpicos la excusa para reprimir a unos manifestantes a los que acusa de intentar reventarlos. Sin embargo, es el reiterado desprecio de Pekín por los derechos humanos y su opaca actitud sobre lo que está ocurriendo ahora en Tíbet lo que amenaza con empañar definitivamente la celebración de las Olimpíadas. Porque el problema para China no son las advertencias sobre eventuales boicots, sino su propia incapacidad para acompañar el ingente esfuerzo organizativo de avances verificables en la democratización del país.