Sociedad

Eurovisiones

Así son los frikis, indies, heavies y otras hierbas que, gracias a la red, han invadido una zona antes reservada casi en exclusiva a los cantantes melódicos

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E l sábado, después de que se cerraran estas páginas, se eligió al representante español que irá a Eurovisión. Pero aquí queremos hablar de la ruptura que ha supuesto esta edición con el pasado, y del perfil humano de los recién llegados al mundo eurofestivalero. Pocas veces el proceso de selección del candidato ha levantado tanta polvareda. Las votaciones de la fase previa, realizadas a través de internet, posibilitaron la irrupción en la final de personajes como Rodolfo Chikilicuatre, promocionado a través del programa de Buenafuente de La Sexta. Otros, sin embargo, es el caso de Antonio González El Gato -quien obtuvo el mayor número de votos en internet durante la fase previa-, no pudieron acudir a la gala final porque los organizadores actuaron -de un modo al menos discutible- contra el colectivo de internautas que le había apoyado y acabaron retirándole miles de votaciones.

Pero, ¿qué creen que diría Elvis Presley si resucitara y viera a Rodolfo Chikilicuatre -su hijo bastardo que parece salido de un tebeo de «Mortadelo y Filemón»-, tocando una guitarrita de juguete? El propio rey del Chiki- chiki nos responde: «Elvis diría: ¿Qué alguien limpie este espejo! En realidad, no sé qué diría, pero yo llamaría al presentador Iker Jiménez para su programa especial zombies?». Si nos fiamos de las leyendas urbanas, su verdadero nombre sería María Félix de los Ángeles Santamaría Espinosa, es decir, Massiel, y habría nacido en Asturias. Las dos cosas son falsas. Tras Chikilicuatre se esconde un actor y humorista llamado David Fernández que lo mismo se inventa autobiografías que organiza un baile multitudinario de su célebre canción en las cercanías del Bernabéu. Él es el último representante del frikismo que tanto gusta en las televisiones actuales. Según Rodolfo, «lo mejor de las votaciones de este año es que ha habido un concurso abierto a todo el mundo».

Gracias a ello ha tenido también su momento de gloria el mencionado Antonio González, un jubilado de 70 años que nació en Cantillana (Sevilla) y ha trabajado más de 20 años en la construcción. Su canción La bicicletera, una peculiar saeta con bases electrónicas, cautivó por su exotismo a miles de votantes. El Gato comenzó a trabajar a los 13 años y siempre tuvo afición por el cante y los toros. Aunque nunca pudo cantar sobre un escenario, sí lo hizo en algunos bares de su pueblo. También llegó a torear alguna vaquilla en su época de mozo. Uno, en la resaca de la gala de ayer, se pregunta cómo ha vivido él este sueño de popularidad de unas noches de febrero. «Todo empezó porque un hijo mío me dijo: ¿Papá, ¿apúntate!. Y yo le respondí: ¿Chiquillo, con la edad que tengo! Además, ¿con qué canción?. Pero al final me puse, hice la canción y la grabé con la ayuda de mi gente». Los días de las votaciones en internet durante la fase previa, cuando se colocó en primer lugar, El Gato «no podía ni dormir; viví aquellas jornadas intensamente. Luego, cuando me quitaron los votos, sentí tristeza, sobre todo por los chicos de Media Vida (la web que le apoyó). Si se le hubiera hecho esto de quitar votos a un hijo mío me hubiera dolido de verdad... Pese a todo, creo que la experiencia ha sido muy buena, me ha gustado. A los organizadores no pienso demandarles por restarme votos, no merece la pena.»

Azul oscuro casi negro

Aparte de estos espontáneos que tanto han dado y darán que hablar, ha habido otros músicos más experimentados que también se han lanzado al ruedo, o, mejor dicho, a las arenas movedizas de la selección eurovisiva. Años atrás uno no se creería que un grupo del prestigio en el panorama indie como La Casa Azul pudiera meterse en este berenjenal. «Mi única motivación es romántica -escribió hace unos días para explicarlo Guille Milkyway, líder del grupo barcelonés-. Yo tengo una idea idílica de Eurovisión. Siempre percibí las ediciones clásicas del festival como el momento en el que resurgía la esencia de la canción pop perfecta. Desde muy chiquitín me fascinaban las subidas de tono en el último estribillo, las estructuras utilizadas en aquellas canciones que me resultaban perfectas, Augusto Algueró dirigiendo el Gwendoline, la magnífica France Gall de L'amour est bleu, las alucinantes ediciones del 74 y 75 con Teach Inn y Abba. Y miles de cosas más». Para Milkyway, lo ocurrido este año durante el proceso de selección de los candidatos es positivo, «el que pueda presentarse gente de todo tipo me parece genial. Eurovisión no debe ser un coto privado para unos cantantes o grupos de corte x o y».

De la misma manera pensaron Carromato, un grupo granadino de rock duro que tras muchos años trabajando en la sombra ha saltado a la actualidad gracias al apoyo de numerosos internautas. Sus líderes son José «Carromato» y Nacho Ruiz. José, el vocalista, sufre una parálisis cerebral de nacimiento que le impide valerse por sí mismo y hablar con claridad. Viaja en una silla de ruedas que le da apodo a él y nombre al grupo. La emoción que destila su voz en la canción con la que competían, Carromato, pone los pelos de punta. El grupo es una anécdota andante, pero su manera de trabajar también es curiosa. «José Carromato me dice qué quiere contar en la canción y yo compongo los temas, tanto letra como música -nos explica Nacho-. Una vez hecho esto se los maqueto con mi voz y se los doy grabados para que los aprenda y ponga luego su sello personal a todo.»