MIRANDO A EUROPA. Las parabólicas salpican una fachada en Qaf Mali, como en el resto del país.
MUNDO

Fin de viaje, del mito a la realidad

Kosovo añora a Albania, pero Albania mira a Europa y la llegada a Tirana muestra que el futuro está aún muy lejos en el país más pobre del continente

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Al bajar de las ásperas montañas del norte de Albania y encontrar el mar se recuerda de pronto que es un país mediterráneo. Que hasta la llegada de los turcos fue latino, romano, veneciano. Esta carretera que viene de Pristina fue una ruta romana. Partía de Shkodra, pasaba por Puke, Prizren, hasta Nis, en Serbia. Octavio Augusto pasó su juventud en Apollonia, al sur de Tirana. En el Adriático se comprende que Albania mira más bien a Occidente, no a su espalda, a los Balcanes, y que Kosovo queda en realidad lejos. A medida que se baja al sur el tema pierde pasión en las conversaciones. Pero los albaneses-kosovares tienen aquí, desplazados, su corazón y su identidad. Hay más banderas albanesas en una calle de Pristina que en toda Albania. Cada año, medio centenar de excursiones escolares de Kosovo hacen doce horas de autobús por esta carretera atroz para peregrinar hasta Lezhe. A la tumba de Skanderberg, el héroe nacional albanés. Cerca de Lezhe, en el único tramo normal del viaje, recto y hasta con raya, encontramos la primera valla publicitaria del trayecto, de Vodafone.

El día antes había visitado la tumba el presidente del Parlamento de Kosovo, Jakup Krasniqi. A la semana de la independencia. «Aquella fue la segunda gran noche de la historia de Albania, después de 1912», dice con orgullo el director del museo, Marush Nduka. Otra vez esa fecha, el año de la fundación de Albania, que se oye desde Pristina. Nduka abre el portón de hierro y entra en el santuario del nacionalismo albanés: una tumba rodeada de símbolos, pero en la que no hay nada. Los turcos profanaron el sepulcro de su temido enemigo para usar sus huesos de amuleto. Una fila de blasones recuerda sus 25 batallas. «Sólo perdió dos», subraya el director. Europa se ha olvidado de Skanderberg, pero en el siglo XV fue un héroe de la cristiandad. Frenó a los turcos durante 25 años y el Papa le nombró en Roma Athleta Christi. Hablaba latín, griego, árabe e italiano. No el albanés. Amigo de Alfonso V de Trastámara, rey de Aragón y Nápoles, su mujer murió en Madrid. Ésta es la Albania europea que enterró el imperio otomano. Tras su caída, cinco siglos después, los albaneses resucitaron en 1912 a su héroe y su águila bicéfala cuando lograron tener un país. Pero los que se quedaron fuera, los albaneses de Montenegro, Kosovo, Macedonia y Grecia, siguieron alimentando el mito de la patria lejana.

«¿Qué bien hablan!», murmura Dini, el intérprete. Los kosovares, que hablan gheg, el dialecto del norte y tienen dificultades con el albanés oficial y literario, el tosk del sur, han idealizado durante décadas la tierra madre. Ayudó la propaganda de Hoxha. Ellos vivían oprimidos por los serbios e imaginaban Albania como el paraíso. En cambio del otro lado, y salvo el norte, que vivió el trauma de la fractura de la frontera, los albaneses vivían sin pensar mucho en Kosovo. Han celebrado su independencia, claro, pero les resultan raros. «Nos hace gracia cuando se esfuerzan en hablar el albanés, el 'tosk' literario, no les sale. Si una mujer guapa o un político kosovar abren la boca lo estropean», confiesa Elsa, periodista de Tirana.

El matiz religioso

Otra diferencia es la religión. Los albaneses han ido cambiando de confesión según el invasor y con Hoxha, en 1967, llegaron a ser el primer Estado oficialmente ateo del mundo. Pero los kosovares, en convivencia con los serbios, ortodoxos, han acentuado su fe islámica. Y mucho más los albaneses de Macedonia. En contraste con ellos, y con la propaganda serbia y griega que alerta del peligro de una Gran Albania islámica, en este país la religión es algo muy relajado o indiferente. Y si bien los países árabes están invirtiendo dinero, no lo hacen menos el Vaticano y las iglesias protestante y ortodoxa, levantando enormes templos en medio de la nada.

Por ejemplo, había una iglesia gigante sobre la gasolinera de Qaf Mali. «La han hecho los austriacos, diez en toda esta zona», contaba Alfredo, dueño de la estación de servicio. En su casa siempre fueron cristianos. «Celebrábamos a escondidas la Navidad, la Pascua, y hacíamos cruces de madera», relataba. Su dura vida puede ser la de cualquier albanés: de 1990 a 1995 en Grecia, trabajando; volvió y metió los ahorros en una de las bancas piramidales que estafaron a todo el país; tras la quiebra y la rebelión de 1997, vuelta a empezar, ha pasado diez años en Italia, en la construcción. Volvió el año pasado y montó la gasolinera. La nueva carretera que unirá Tirana y Pristina en la mitad de tiempo, el primer lazo real entre los dos países, pasará cerca. Sí, espera que traiga progreso, pero añade una frase que se oye a menudo: «¿Para qué voy a ir yo a Kosovo?».

Todo esto para decir que Kosovo quizá mire a Albania, pero Albania mira a Europa. El Gobierno de Tirana, y también el de Pristina, no hacen más que espantar la sombra de la Gran Albania. Perjudica a sus intereses. Sin duda hay una 'cuestión albanesa' en los países vecinos con minorías albanesas, pero no hay ninguna intención de agitarla. Tirana espera abrir ya contactos con la UE para eliminar los visados y en abril prevé entrar en la OTAN. Tras el 11-S, ha enviado tropas a Irak y Afganistán.

Por otro lado, no se explica de dónde saldría esa Gran Albania, siendo este país el lugar más mísero de Europa, con Moldavia. Por algo es el único sin McDonalds. La UE queda lejos, como pronto en 2010. Pese a los progresos, la debilidad del sistema económico y legal, las graves carencias de infraestructuras, la corrupción, son un pesado lastre. Los cochazos de Tirana entre la gente pobre delatan la presencia del dinero negro, de las mafias de la droga y la construcción, de una élite política y de negocios distante de la calle. Un cuarto de la masa laboral está fuera, 1,1 millones de emigrantes. Los que se quedan o no han podido irse esperan que las cosas mejoren, pero no son optimistas. Tirana ha cambiado de cara, tiene edificios de colores y hasta problemas de tráfico, tras ese increíble pasado en que no había un solo semáforo en la ciudad, y no más de 50 coches en todo el país. ¿Mejor ahora o antes? «Antes al menos era tranquilo, no había nada, pero al atardecer la gente salía a pasear por el bulevar, allí se conversaba, se ligaba, salías a respirar aire puro. Ahora nos ahogamos. La gente vive sin esperanza. Sólo creen en el futuro los mafiosos. Por lo menos antes había un Estado y un orden, ahora es la ley del más fuerte», dice Elsa con amargura. La desilusión por el futuro cierra un viaje que empezó en Pristina con una fiesta por el pasado.