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Luz natural
El nuevo álbum de Goldfrapp recupera la atmósfera etérea de su primer disco
Actualizado: GuardarBlack Cherry (2003) fue para muchos fruto de una equivocación circunstancial, efímera, un error que seguro sería corregido de inmediato. O quizá sólo un pasatiempo inoportuno al que había que pasar página y olvidar. Era un álbum demasiado dinámico y hedonista, con muy pocos puntos en común con aquel Feld Mountain (2000) que le precedió y significó un soplo de aliento para resucitar un género que estaba a punto de expirar como el trip hop. Pero Goldfrapp, los autores de ese atrevimiento, no hicieron caso de ningún consejo y volvieron a la carga con una nueva entrega de pop electrónico bailable, Supernatural (2006), que volvió a defraudar a unos primigenios seguidores (y, por contra, a ratificar a los nuevos) que le desterraron a la lista negra del electroclash.
No se sabe muy bien si por capricho o convicción, con el recién editado Seventh Tree (Mute-EMI, 2008), el dúo formado por Allison Goldfrapp y Will Gregory restablece, aunque introduciendo ciertas diferencias formales, la introspección evanescente y sombría de aquella, para muchos, añorada primera obra. En este cuarto álbum, que ha sido grabado sin prisas a lo largo de varios meses en la casa que posee el dúo en la campiña inglesa y ha contado con la ayuda de Flood -veterano ingeniero que ha trabajado con Cabaret Voltaire, Nick Cave, P.J. Harvey, o Depeche Mode- en la producción, se rescata la enigmática atmósfera de Feld Mountain, no sin introducir ciertos contrastes en lo concerniente a un contenido que se muestra más iluminado y tonificante y encuentra en el folk pastoral y la psicodelia cósmica, apoyada por un exhaustivo aparato entre electrónico y sinfónico, sus mejores aliados.
Bajo la batuta de una nítida guitarra acústica que se erige en conductora de un periplo caleidoscópico despejado de incógnitas indescifrables, se desarrolla a lo largo de los diez cortes de Seventh Tree una serie de arreglos acolchados por un muro de instrumentos de cuerda, que se cimbrean entre unos graves dinámicos que descargan la masa coral y marcan unas pautas rítmicas de media velocidad, con objeto de infundir cierta ingenuidad al conjunto sonoro. Una ingenuidad que se ve complementada por unas letras algo elementales e inocentes en las que se apela a instantes de goce primario -«Hemos bailado en la luna/Hemos bailado al lado del mar/En esa tierra azul y oro/Es donde nosotros fuimos libres» (Little Bird)-, o se ironiza sobre la estabilidad espiritual proporcionada por ciertas sectas religiosas - «Flotando en un mundo mágico/Dona todo tu dinero/Nosotros lo haremos mejor/Puedes ver tu perturbada alma/Danos todo tu dinero/ Nosotros lo haremos mejor /Te damos la bienvenida» (Happiness).