Inquietante
No es fácil encontrar en el pasado político de las últimas décadas tanta carcunda como en los tiempos presentes: especialmente, en los espacios cercanos a las organizaciones políticas, por precisar mayormente. En el periodismo político, por ejemplo, y de opinión, en general, entre comentaristas y analistas de vuelta, gente que no lograron confirmar sus expectativas personales e ideológicas, amantes despechados sin horas ni reposo que buscan con ahínco lo que la vida y sus reales posibilidades le negaron y que les hace vagar por los senderos sin señalizaciones del despecho y el rencor. De modo y manera que se enfrentan dos criaturas candidatas de im-portancia media o alta en una cadena de televisión y para rematar/clarificar el debate los programadores introducen en la post programación del evento a dos parejas de opinantes abiertamente simpatizantes de cada uno de los candidatos. Inevitablemente, una equis en la quiniela. Y el personal que conforma la audiencia se entrega al reparador descanso nocturno más confuso que antes de iniciarse el debate. Es la época. La de periodistas que van de salva patrias con olor a incienso, la de especuladores que manejan información privilegiada que emana de los sótanos blindados de las altas finanzas que dejan fugazmente su función del compro/vendo para irrumpir ante la opinión pública como un líder carismático/populista que ofrece la multiplicación de los panes y los peces apelando a la salvación de la patria y, si es necesario, a la cultura occidental, que también mola lo suyo.
Actualizado: GuardarY es inquietante. Nunca hubo, posiblemente, tanto juego sucio en torno a una urna electoral como en los últimos tiempos. Y no hay una sola voz que clame contra este estado de cosa que puede acabar arruinando la credibilidad de la democracia. Pero si largas y te reafirma en la protesta, prepárate: eres un resentido, o un renegado, o un amargado que simplemente respirar por las heridas abiertas. Y no hay derecho, por favor, que ahora llega un tiempo muy bello para disfrutar de las cosas y, también, para desenmascarar a tantos impostores. Y conviene no perder la noción del tiempo, defender la autoestima, y muy especialmente la credibilidad popular en la democracia, porque si ella falla todo estará perdido.