Inevitable
No se percibía en la tarde de ayer ninguna corriente de expectación previa ante el llamado «debate a cuatro» que la televisión pública andaluza tenía previsto ofrecer horas después, en un falso directo, entre los cuatro candidatos a la presidencia de la Junta. El formidable interés que envolvió en la noche del lunes el debate Zapatero/Rajoy, alimentado hasta la extenuación en los últimos días por la industria de la imagen, los aparatos de propaganda de socialistas y populares y el aditamento de la levedad popular, convirtió el careo en un fenómeno de masas que pocas o ninguna duda logró despejar ante la jornada del 9-M.
Actualizado: GuardarEs inevitable que la campaña andaluza se esté desarrollando de forma renqueante ante la opinión pública, considerando la igualdad casi sin precedentes que existe al día de hoy entre los dos primeros partidos del país. Y sin quitarle legitimidad a la decisión, porque es imposible, de Chaves de hacer coincidir ambas convocatorias, no es menos cierto que el inevitable precio a pagar es el notable solapamiento de los comicios andaluces.
Pero hay más elementos, porque nunca, como en el debate del pasado lunes en la llamada Academia de la Televisión, se había producido un delirio de expectación tan extremo como el que pudimos masticar. Lo de llegar a establecer en escasísimos segundos de duración cada plano, contraplano, plano medio o largo, la suavidad de los colores del plató y la distancia milimétrica entre ambos candidatos, más la tensión brutal que han tenido que vivir los últimos días, es probable que ambos se detesten hasta más allá de la consumación de los tiempos. Es obvio que todo lo contemporáneo se fundamenta en el exceso, lo narcotizante y el sutil tratamiento que se deriva de considerar a la población inmadura y menor de edad ante el debate político.
Por cierto, los grandes beneficiarios de convertir a los dos candidatos rehenes de esas fórmulas asfixiantes fueron los llamados expertos de imagen de cada partido. Y, al final, sin veredicto fiable, que para eso estaban los llamados «tertulianos», todos «independientes», naturalmente.