Cultura

Influido por los ochenta

Mariano Rajoy se decanta por el cine español, la música anglosajona y la novela histórica, y el deporte ocupa gran parte de su ocio

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Mariano Rajoy no tiene tiempo. De un lado a otro, inmerso desde hace años en la lucha por el poder, estos días revueltos viaja de acá para allá para recabar apoyos. Hace poco en Francia, esta semana en Alemania. No hay segundos libres. Nada raro en un político en precampaña. E incluso fuera de ella. Así que no es extraño que no tenga tiempo ni para darse unos buenos momentos de ocio con un libro entre las manos, o de escuchar tranquilamente un disco, y no digamos para ir al cine. Será por eso que en el despacho virtual que le han montado en su página web -parte fundamental de estas elecciones 2.0- aparecen sólo tres tríos, tres, de libros, películas y canciones que le gustan. Pasemos al despacho del líder del PP, y veamos.

Mariano Rajoy ha dicho alguna vez que le gusta la novela histórica, y ahí, en la estantería, está la prueba. Ya cuando a principios de año se dio una vuelta por el barrio gótico de Barcelona, contó con la compañía de uno de los escritores estrella de las pasadas temporadas: Ildefonso Falcones, el autor de La Catedral del Mar. Un ejemplar virtual de la novela preside el despacho. Aquí, pues, el líder del PP puede bucear en la historia de Barcelona, para que luego digan. Y pulsar los gustos del vulgo, que ha aupado al novelón de Falcones a lo más alto de las listas de éxitos durante meses.

Pero la ficción ocupa, según los datos, sólo una tercera parte del tiempo del que dispone Mariano Rajoy para la lectura, que no debe de ser mucho a juzgar por lo apretado de su agenda. Junto a La Catedral del Mar, dos obras menos populares. Con la primera, el escenario sigue siendo el país. Se trata de La historia de España desde el arte, de Fernando García de Cortázar. Una aproximación intelectual a la producción artística española, porque para ir de museo en museo disfrutando del arte es posible que Rajoy no tenga tiempo. Sin embargo, se acuerda de ellos a la hora de redactar las líneas estratégicas de la que podría ser su actuación en caso de ganar las elecciones del 9 de marzo. Así, considera el consenso alcanzado en la gestión del Museo Nacional del Prado un modelo a imitar por el resto de pinacotecas.

Pero sigamos leyendo. Y leamos un clásico, una pieza de culto en la librería de cualquier político, es de suponer. Se trata de La democracia en América, de Alexis de Tocqueville. Tras esta elección, además de buen gusto, puede adivinarse una mirada constante hacia el otro lado del charco, una luz que guía al líder popular. No en vano, parte importante de su potencial dirección del país sería la recuperación de aquellos lazos que una vez unieron a España y Estados Unidos o, lo que es lo mismo, la recuperación del «peso internacional».

Garci y Amenábar

De internacional, en cine, poco. Más allá de la saga de Regreso al futuro, todo un icono en los años 80, Mariano Rajoy se decanta por el cine español. Y lo hace con dos películas muy distintas, algo así como un fifty-fifty entre la tradición y el empuje de lo nuevo. Porque Tesis, la cinta con la que Alejandro Amenábar se presentó al público y descubrió un filón de nuevas historias, comparte estante con El abuelo, de José Luis Garci. Que sí, que esta última cinta es posterior a Tesis, pero está rodada en un lenguaje clásico: luz, paisaje, silencios, vestidos de época.

Con la elección de esta película, además, Rajoy deja claro que lo suyo con el cine no es sólo ir al estreno o a la entrega de premios para hacerse la foto de rigor. El candidato del PP acudió al Kodak Theater de Hollywood, en los Oscar de 1999 y como ministro de Educación y Cultura -cartera que había recogido de las manos de Esperanza Aguirre en enero, sólo tres meses antes-, y se fotografió junto al director, que esperaba traerse otra estatuilla dorada a la mejor película extranjera (ese año ganó La vida es bella, de Benigni). Mariano sigue fiel a El abuelo, pese a todo. Y se le ha podido ver en estrenos como el de Torrente 3, hace tres años. Fue el único político que se pasó por el sarao.

En música, nos sale un poco más anglosajón. Inglés, para más señas. Entre sus canciones favoritas, una de The Police y una de los Beatles; el espacio para la letra en español lo reserva para otro clásico de los años 80, La chica de ayer, de Nacha Pop. Está claro que, como a muchos, esa década le marcó. De los The Police -en verano estarán en Bilbao, quién sabe- se queda con Every breath you take, romántica a tope. Y de los chicos de Liverpool, aunque en versión de Joe Cocker, escoge una pieza que dice mucho de su sentido de la amistad, del equipo: With a little help from my friends. ¿Será para los momentos de bajón? ¿Tendrá copias en diversos soportes, y de ahí que lo del canon digital ya no le parezca bien?

Pero si hablamos de tiempo de ocio, no hay que olvidar la mayor pasión del líder del PP: el ciclismo. Que no es cultura de altos vuelos, pero algo de cultura popular ya tiene y, además, «arrastra emoción porque es duro, competitivo y encima hace país», dijo en su día. «El ciclismo es un deporte que combina muchas cosas. Con el ciclismo aprendes geografía, sin ir más lejos. También suscita pasión porque en los momentos decisivos, el deportista está realmente solo. A los grandes hombres, en cualquier faceta de la vida, se los conoce en las situaciones difíciles», ha explicado en alguna ocasión Rajoy. Así que a esta afición siempre intenta dedicarle tiempo. De hecho, ha llegado a ejercer de comentarista deportivo en dos ocasiones, una en el Tour de Francia y otra en la Vuelta a España, en una etapa de los lagos de Covadonga.

También saca ratos para el fútbol -es, o ha sido, hincha del Depor, abonado del Real Madrid, socio del Pontevedra y accionista del Celta-. Una afición que hace país y, a menudo, lo deshace. Rajoy llega al punto de, en lo posible, organizar su agenda para no tener actos políticos cuando se juegan partidos de fútbol que le interesan. De pequeño jugó al baloncesto. Y en cuanto puede se echa unas partiditas al tute o al mus, «un entretenimiento maravilloso» en el que hay que concentrarse de tal modo que no se puede pensar en otra cosa. Muchas aficiones para tan poco tiempo.