Ahora que tienes un rato
Actualizado: GuardarQuince días de insomnio y una radio en la cocina dan para mucho. De pronto, de madrugada, uno descubre que los españoles (gaditanos incluidos) se aprestan a vivir el periodo de productividad más largo de los últimos 18 años. Dicho así suena como una clase pesada de Económicas, pero el experto de la prestigiosa universidad, a las tantas de un día laborable, acaba de difundir un gran descubrimiento, trascendente. Trata de advertirnos. En la entrevista (grabada, digo yo, porque no eran horas) vino a decir que viene a esta tierra la racha de trabajo más larga que se recuerda, la etapa con el menor número de festivos y puentes registrada en casi dos décadas. La eminencia docente decía que, por los caprichos del almanaque, por las prisas de la cuaresma, los españolitos, los gaditas y otras tribus más sensatas que conviven con ellos tendrán que soportar cuatro meses íntegros de trabajo con un solo paréntesis de escaqueo (irónicamente, el Día del Trabajo, el Primero de Mayo). El resto del tiempo, desde el 24 de marzo hasta el 1 de agosto, del tirón, aguantando la respiración, sin silla ni cantimplora, todo enchampelao, sin una paraíta en la mesetilla para recobrar el aliento. Algo que no pasaba desde los últimos años 80, comentaba el sabio. Decía el profesor que la mayoría de la gente cree, falsamente, que la temporada que va de septiembre a Navidad es la más laboriosa, la que menos descansos tiene. Qué va. En ese último tercio del año están, como mínimo, la fiesta nacional, Todos los Santos y el macropuente Inmaculada-Constitución. «Nada que ver con lo que nos espera ahora», decía el tipo. «Esta primavera se hará larga, muy larga», comentaba con retintín. Aprovechaba el experto para soltarnos una merecida cornada y recordar que somos de los países con menor productividad de la Unión Europea, uno de los tres que más horas de trabajo pierde al año. De Andalucía y Cádiz, ni hablemos. Aunque habría que especificar qué considera la administración horas perdidas y horas ganadas. Igual discrepamos mucho. El tipo le daba la vuelta y convertía esta traición del calendario laboral en una oportunidad para «mejorar nuestros números en muchos aspectos».
Plazos y plazas
Ya está, pensaba uno embelesado ante el microondas, Cádiz al fin tendrá tiempo de ponerse al día. Cuatro meses completos, con un solo puentecillo allá por mayo. El resto del tiempo, a piñón. Vámonos que nos vamos. Todos a una. Ya no habrá carnaval ni capirotes que, dicen, nos distraen. Ya habrán acabado los cuatro años de campaña electoral. Los comecómicos, los comerojos, los comecuras, los racistas y los comefachas habrán vuelto a su falso letargo. Ya no habrá que estar pendientes de debates televisivos con los que convencer a los indecisos (nunca hay menos que cuando se vota contra un partido, como esta vez). Ya no habrá papelillos, cirios ni urnas para nublarnos la visión. Cuatro meses enteros. Tiempo suficiente para aclarar qué hacer con ese lujoso barco de piedra, el Castillo de San Sebastián, que espera buenos armadores para darle uso tras lustros desaprovechados. Es un plazo razonable para aclarar qué se hace con el trastero del Oratorio que le han cedido al Bicentenario. Es un margen amplio para saber si sólo llegamos tarde a 2012 ó, sencillamente, ya no llegamos. En esos cuatro meses, ojalá, podrá establecerse, al menos, si la Plaza de Sevilla es capaz de batir el récord mundial de retraso de un proyecto que tiene la Sagrada Familia. Cuando acaben esas 20 semanas de trabajo, casi, ininterrumpido, seguro que ya hemos establecido si el edificio de la Aduana es una joya patrimonial o un mojón pinchado en un palo. Igual para agosto, el puente ese que ya debiera estar inaugurado tiene un pilar en pie, y algún técnico ha encontrado un carburador usado para que el AVE que llegue a Cádiz pase de los 150 por hora. En esos cuatro meses, a lo mejor, alguien es capaz de aclarar de una vez la recolocación de los trabajadores de Delphi. En ese tiempo, igual, algún individuo ajusta la demanda de trabajadores con la formación de los parados, para que las grandes obras, las grandes industrias de la Bahía puedan contar, por primera vez en su historia, con mano de obra especializada y cualificada que sea residente en la comarca. Seguro que un trimestre con generosa prórroga da para establecer, por fin, los plazos concretos del proyecto de hotel en Valcárcel, de la ampliación del Atlántico, la reforma de Santa Bárbara y la recuperación del desperdiciado contorno de esa zona. Hay días para ver cómo se puede amortiguar el efecto del cierre por obras del Teatro Pemán. La oferta de cultura y ocio en Cádiz durante el verano ya es pobre. Resultaría triste que aún sufriera más bajas. Esos cuatro meses pueden permitir el impulso de las caras e insolidarias obras del Ramón de Carranza. Así sabremos si el estadio llega tarde sólo al centenario del Cádiz o también al de la Constitución del Doce. Cuatro meses, bien aprovechados, sin parones, dan para mucho. Aunque en una ciudad con mil trienios, en casa de la chocha Gades que, por suerte, aún paladea lo mejor de la vida lenta, hay pocas esperanzas, porque también padece lo peor de la impuntualidad, la informalidad y la desidia colectivas. Ni aunque suspendieran las vacaciones de verano nos alcanzaría. Ni aunque congelaran los festivos hasta Fin de Año de 2015. Es ingenuo esperar que una ciudad paralizada durante los últimos ocho años vaya a ponerse las pilas durante los cuatro próximos meses.