Todo sigue igual
Los dos personajes más mezquinos de nuestro deporte andan a la gresca y el grado de desidia que provoca la selección de fútbol no tiene límites. Luisito y Angelmari ya no se hablan y todos flipamos en colores viendo como la pareja sigue tirando del erario público para alojarse en suites de lujo, viajar en primera sin mezclarse con el populacho y acumular unas dietas con las que se podría incrementar la seguridad de esos campos de mala muerte a los que estos dos indeseables no acudirán nunca salvo que les garanticen un
Actualizado: Guardarpalco surtido de ibéricos, cigalas y copazo.
No busquemos ayuda en la clase política, que ya anda enfrascada en una nueva pelea barriobajera por ver quién ocupará los sillones presidenciales de La Moncloa y San Telmo aunque de este último no hace falta ser un lumbrera para saber que Manolito I de Andalucía seguirá ocupándolo por los siglos de los siglos. Así que será mejor que comencemos a asimilar que el enemigo tiene cara y además muy dura. Son dos mequetrefes que no están dispuestos a dejar su cargo ni con aceite hirviendo.
Los internacionales -otro gremio al que hay que darle de comer aparte- están con Luisito. Forman una especie en peligro de expansión y que no tiene reparos en ganar en un año lo que al resto de los mortales nos costaría más de cinco vidas centenarias. Apoyan la mano que alimenta sus cuentas bancarias aunque un tal Joaquín se atreviera a decir lo que piensa; ejercicio intelectual sólo al alcance del uno por ciento de los futbolistas. Visto que por encima de él sólo existe la divinidad, Angelmari no habla cuando le ponen una alcachofa por delante. Distinto es si le plantan un buen habano o chacinas de Guijuelo. El colesterol, la clase, la profesionalidad, la educación, la honestidad y la cultura no van con ellos, pero su maldita presencia nos recuerda que el fútbol español ha tocado fondo y no levanta cabeza.