MEMORIAS DE LA FRONTERA

Nueva piel para la vieja ceremonia de las ilegales

Ocurra lo que ocurra en El Falla, la calle es otra cosa. Cierto es que, sobre el escenario del Teatro, pueden oírse letras y músicas tan bien construidas como el popurrí de Los Mendas Leyendas, en el que Jesús Bienvenido y Andrés Ramírez han dejado versos tan redondos como los de: «Mi bandera es la camisa blanca del pueblo blanco/ que ondea con el levante como la vela de un barco./ Es el pendón de la patria de los que escriben la historia/ con el sudor de su frente, con más penitas que gloria».

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Pero al margen de la solvencia más o menos profesional de los ganadores como el competente coro de La Catedral de Julio Pardo y con la plausible presencia callejera de los Pito-risas, las ilegales, como el amor respecto al mundo, constituyen el peso que mueve al carnaval. Y esta semana, a partir de la convocatoria que LA VOZ y el consejo del Barrio vienen promoviendo desde hace un par de años, una muchedumbre las persiguió por El Pópulo medieval, hasta desembocar en San Juan de Dios, en la calle Pelota o en las aledañas.

Por el improvisado atril de callejuelas, aceras y casapuertas, sonaron las voces clásicas de Il Divo, que alguna vez fueron Los Ligres, explicando jocosamente la separación de doña Elena y Jaime de Marichalar, mientras utilizaban como portamicrófonos la cabeza de algunos de sus espectadores. O surgía de entre las tinieblas del más allá la impresionante figura del romancero de Salvador Fernández Miró, que alguna vez fue Dios, y que ahora rivaliza con Paco Mesa o con el Retama gaditano, disfrazado de muerte con guadaña incluida y un repertorio en el que ha colaborado José Manuel Gómez, el impulsor del carnaval chiquito para los jartibles que promoviese en su día Paco Leal. A la muerte le gusta esta tierra «y voy a quedarme aquí/ pues como dicen las letras:/ 'En Cádiz hay que morir'».

Allí estaba el Cuerpo Diplomático de la antigua república de Guatifó que supone la pervivencia de la chirigota ilegal más seguida por los gaditanos, la de Mato, Juan Romero Caracol y los hermanos Padilla, que otros años fumaron en un balcón o ejercieron en su día de sibaritas o de fantasmas que atravesaban las paredes con una black&decker. Se trata, sin duda, de todo un milagro de regularidad y calidad en el tiempo que este año se merece un cargamento de Ferrero Rocher, aunque no les haga falta ningún estimulante para animar con su simple presencia las fiestas en casa del embajador.

Entre Cucarachas, Manos a la Obra, la Peña Apocalíptica, Na más que bajo y me voy al bar, o el genio y Aladino -estupenda creación de Hassán, el del Cambalache, que por primera vez recuerda la letra de su parodia-, en la noche gaditana hubo tiempo para abejas mayas, abuelas con cunas del Ikea, majorettes de Vicente del Moral y el retorno de los Amaya, con su impagable Vete. Las niñas reinan de nuevo, esta vez vestidas a la usanza de mendigas rumanas, un tópico que oculta otra realidad: «La que pide parné, la que roba, también, y la que atraca tos vuestros chalés. También soy la mujer que cuida a tu bebé, y hace to lo que tú no quieres hacer. La que curra en el bar, y echa las peonás/cogiendo fresas cada temporá». Lo que no ocultan es que hay nueva piel para la vieja ceremonia del carnaval: a las niñas, les han salido otras niñas. Dos de sus hermanas pequeñas, que ejercen como siamesas y que están tan unidas a su personaje como los gaditanos a estas agrupaciones ilegales, tan legítimas.