Chad: Sarkozy, Bush y Ghadafi
Salvo gran sorpresa, la rebelión contra el presidente del Chad, Idriss Déby, ha fracasado. Y lo ha hecho porque no supo valorar el escenario regional, la reacción que su ofensiva tendría muy lejos de Yamena, su falta de madurez política y de información estratégica. Cuando el sábado pasado los insurrectos apoyados por el vecino Sudán entraban en Yamena y el régimen chadiano parecía moribundo, nadie sopesó la reacción de París, Washington y Trípoli, capital de un país, Libia, inseparable de cuanto ocurre en Chad, para bien y para mal.
Actualizado: GuardarAyer trascendió que Libia ha empezado a suministrar armas y municiones al ejército de Déby y su embajador en la ONU votó con presteza en el Consejo de Seguridad una declaración que equivale a una luz verde a la ayuda a Déby. Simultáneamente, y abandonando su inicial neutralidad, el presidente Sarkozy se mostró listo para intervenir en favor del presidente y ordenó a su aviación que verifique que no llega ninguna invasión de fuerzas extranjeras (sobreentendido: del Sudán). París tiene la clave de la situación en términos militares y podría infligir insoportables pérdidas a la guerrilla insurgente, medio desbandada, medio reagrupada fuera de Yamena, si los rebeldes creen que pueden atacar de nuevo.
No parece así: ayer se mostraron dispuestos a aceptar un algo el fuego. Es como si el coronel Déby hubiera leído a Julio César (o, al menos, lo que su biógrafo Adrian Goldsworthy dice de él): uno puede ganar más o menos en el campo de batalla, pero sólo un acuerdo político finalmente negociado trae la estabilidad. La guerrilla no tiene una sólida base social, es otro agente del desorden crónico. La rebelión, un conjunto de familiares de Déby y, como él, miembros destacados de la gran tribu zaghawa, quiere echarle.
Las muchedumbres no se han movido en Yamena y la gente, juiciosamente, lo que ha hecho es cruzar el río Chari y ponerse a buen recaudo en el Camerún vecino. No es probable que el ejército francés tenga que intervenir.