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Una mujer perece en Israel en el primer atentado suicida palestino en un año

«Cuando llegué a la escena ya sabía que había un terrorista con un cinturón explosivo que todavía estaba vivo. Le disparé cuatro veces y pensé que le había matado... pero vi que alzaba otra vez las manos. Me separé quince metros, me arrodillé y le disparé en la cabeza. Fue instintivo, sólo pensaba en salvar vidas». Aturdido por la expectación mediática, el superintendente Kobi Mor, jefe de la unidad especial Magen anticontrabando de la Policía judía, relataba ayer una y otra vez a las cámaras cómo evitó que el que iba a ser un doble atentado suicida en el corazón de la pequeña ciudad israelí de Dimona --el primer atentado suicida en el país desde enero de 2007- acabara en masacre.

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Su acción abatía a un hombre que peleaba aún por activar la bomba que llevaba adosada a su cuerpo, mientras se desangraba tirado en el suelo. Estaba gravemente herido por el estallido de su propio camarada, que sólo un minuto antes se había inmolado llevándose por delante la vida de una vecina de Dimona de 38 años. Cuando el superintendente Kobi remató al terrorista, la humilde galería comercial elegida para el ataque estaba sembrada de restos humanos, gente tendida y repleta de policías procedentes de la comisaría situada a 400 metros, junto a médicos de una clínica cercana.

El atentado confirmaba todos los temores propagados por las autoridades judías acerca de que la apertura incontrolada de la frontera entre Gaza y Egipto, mantenida once días hasta el pasado domingo, iba ser un coladero de terroristas dispuestos a cruzar el Sinaí hasta Israel.

Las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa, el brazo armado de Fatah, reivindicó a través de un comunicado la autoría del ataque en nombre de una operación denominada «la promesa de quienes cumplen su palabra». En la Franja, Hamás y Yihad Islámica aplaudieron acción como un «acto heroico». En Ramala, el presidente palestino, Mahmud Abbas -superior orgánico de Fatah y sus milicias- lo condenó.