Editorial

Una crisis regional

La insurrección protagonizada por el llamado Frente Popular de Chad contra el Gobierno del coronel Idriss Déby amenaza no sólo la continuidad del régimen, sino también la estabilidad de un continente en el que la pervivencia de conflictos étnicos y tribales enquistados lastra los avances logrados en la lucha contra la pobreza y la degradación. La intensidad de los enfrentamientos sitió ayer a Déby en el palacio presidencial, mientras Francia se afanaba en las labores de evacuación de la amplia comunidad gala presente en el país africano y de otros ciudadanos extranjeros, entre ellos alrededor de quince españoles. El levantamiento contra el presidente chadiano llevaba larvándose desde su fraudulenta elección en 2001, pero éste resulta inseparable del complejo y conflictivo escenario regional y, en concreto, de la tragedia humanitaria en Darfur. La pertenencia de Déby a la poderosa tribu de los Zaghawa, que hostiga al Gobierno de Sudán, ha llevado a éste a acusarle de proporcionar ayuda a la crónica sublevación del sur contra la mayoría árabe sudanesa del norte. Una imputación que se ha traducido, a su vez, en el respaldo de Jartum a los rebeldes que asedian en las últimas horas al régimen chadiano. El aval de las autoridades sudanesas al insurrecto Frente Popular, una alianza circunstancial de tres pequeños partidos, ha provocado como consecuencia más inmediata la paralización de la gran operación euro-africana para tratar de frenar el drama en Darfur.

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Con Francia obligada a conducirse con una cautela extrema en su antigua colonia, en la que había actuado hasta ahora como principal sostén del presidente Deby, el despliegue de la esperada fuerza de paz ha quedado interrumpido a la espera de que se encauce la crisis abierta en Chad, cuya resolución podría demorarse y desembocar, finalmente, en el triunfo de la oposición armada. El rebrote de la violencia registrado no sólo en suelo chadiano, sino en otras áreas como el Este de la República Democrática del Congo, en la República Centro Africana y, sobre todo, en Kenia, ensombrece de nuevo el porvenir de una parte de África que, con todas las dificultades, había ganado en equilibrio político y crecimiento económico. La categórica condena por parte de la Unión Africana del levantamiento contra Déby constituye, por ello, un imprescindible mensaje de advertencia frente a los intentos de revertir los avances en el continente por la vía de los asaltos ilegítimos al poder.