Editorial

Caso abierto

La desaparición de Madeleine MacCann en el Algarve portugués, de la que ayer se cumplieron nueve meses, desató una oleada de solidaridad y conmiseración hacia el drama de sus progenitores insólita por la repercusión internacional que alcanzó el caso, propiciada en buena medida por la proyección mediática que asumió la familia y por el tratamiento global, no siempre ponderado, que le proporcionó la Prensa. La profunda conmoción que suscitó la indefensión de la pequeña de cuatro años y la imagen de desvalimiento de los McCann trocó en desconfianza y animadversión el pasado mes de septiembre, cuando éstos fueron señalados por los investigadores lusos como sospechosos de «la muerte accidental» de su hija.

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El reconocimiento ahora por parte del director de la Policía Judicial portuguesa, Alipio Ribeiro, sobre la posibilidad de que aquella imputación se produjera con «una cierta precipitación» imprime un nuevo sesgo a las pesquisas, no tanto porque los padres de Maddie hayan quedado liberados aún de unas presunciones que les vinculan de forma sobrecogedora con el eventual fallecimiento de la pequeña, sino porque parece evidenciarse la imposibilidad hasta fecha de probarlas fehacientemente. Aunque la investigación sigue su curso, es posible que las incógnitas sobre lo que ocurrió la noche en que se perdió el rastro de la niña tarden aún en despejarse o quizá no lleguen a completarse nunca pese a los indicios probatorios recabados. Pero las sospechas que planean desde hace meses sobre la credibilidad de los McCann resultan tan abominables que obligan a quienes tienen encomendado el esclarecimiento del caso no sólo a conducirse con la máxima prudencia tanto en sus gestos como en sus declaraciones. Les obliga, ante todo, a esforzarse por dilucidar cuanto antes la entidad probatoria de sus dudas sobre la actuación de los padres de Maddie y proceder bien a su definitiva exculpación, bien a una imputación en firme. El olvido en que han ido cayendo el desarrollo de la investigaciones y la suerte de los McCann pone de manifiesto la frivolidad con que un sector de los medios de comunicación explotó los componentes más conmovedores de un drama repetido año tras año en la piel de miles de familias europeas, cuya resolución exigía -además-, un mejor entendimiento entre la Policía portuguesa y la opinión pública británica.