EL RAYO VERDE

El PSOE se cree el Doce

La celebración del Bicentenario de la Constitución de 1812, dentro de dos años en San Fernando y de cuatro en Cádiz, comienza a parecer que llegará a ser un acontecimiento relevante. Lo digo con todas las cautelas, con cuatro verbos seguidos, pero los últimos movimientos dan razones para el optimismo. No sé cuándo empezó todo, cuándo se adoptó la decisión política en la mesa camilla del poder, pero es evidente que el PSOE, que no se creía el Bicentenario y se resistía a implicarse, porque pensaba que sólo iba a darle «la foto» a Teófila, y que la alcaldesa de Cádiz rentabilizaría todo lo que se hiciera, se ha embarcado en el proyecto con todos los pertrechos. Quizá ha sido por estrategia, o por la lata que hemos dado desde la Prensa, pero prefiero pensar que ha ganado la ilusión colectiva, la necesidad de encontrar un horizonte de esperanza que devuelva la fe en el futuro a un pueblo machacado por los indicadores más negros. Hasta creo que ha sido por una cuestión de fondo, de Pensamiento: alguien de pronto se dio cuenta de que de verdad la fecha «tenía una percha», como decimos los periodistas, una razón, un sentido, una utilidad: La Constitución de Cádiz, 200 años después, sigue significando la democracia, la libertad, el estado de derecho y estas ideas se mantienen fuertes, no son palabras gastadas, sino que es preciso, y hasta conveniente, volver a pronunciarlas . «Yo al principio no lo veía claro», me decía un alto cargo de la Junta, «pero ahora creo que es un proyecto de gran calado, consistente, que merece la pena».

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Pienso que, tras el compromiso visible de la vicepresidenta De la Vega, el punto de inflexión se produjo en el discurso que el consejero de Presidencia, Gaspar Zarrías, pronunció en la primera reunión de la Comisión Nacional, en Moncloa. Acostumbrada a oir la cantinela reducida a proyectos, obras, inversiones, o a espesos discursos constitucionalistas, prosopopéyicos, me sorprendió que Zarrías enunciara allí una serie de razones que, aunque no eran nuevas en verdad, fundaban todo un programa ideológico para justificar la celebración. Está claro que «el medio es el mensaje», por que eso mismo lo digo yo y la gente no me hace ni caso, de modo que el poderoso consejero, que aún no se atisbaba que presidiría el Consorcio, estaba dando luz verde en esos momentos a la Gran Carrera del Doce.

Es posible, incluso, que el PSOE se haya contagiado de la ilusión de la gente, de tantos gaditanos de cuna o de corazón, de residencia o de exilio, que nos sentimos orgullosos de que el nombre de nuestra ciudad, Cádiz, una palabra íntima que se lleva tan prendida de la identidad como el propio nombre, una palabra con la que no nos gusta que se juegue, haya sido sinónimo de libertad, de democracia, del lugar donde, aunque apenas nada pueda haber ahora que lo recuerde, se abrieron las puertas a las ideas de la Enciclopedia, de la Ilustración, se estrenó la libertad de imprenta, se reconoció la soberanía nacional, y hasta se proclamó el derecho de los ciudadanos a la felicidad y la obligación del Gobierno de proporcionársela. Que no es cualquier cosa.

El anuncio hecho por Zarrías el jueves, la decisión de convertir el Castillo de San Sebastián en el símbolo del Bicentenario, ha sido un golpe de efecto para visualizar quién manda en la conmemoración, para sorpresa y disgusto de la alcaldesa de Cádiz, a la que, sin duda, se le debía haber comentado antes. La unidad de acción de las administraciones debe funcionar en ambos sentidos.

Pero, aparte de esto, en Casa de América se «pasó la gorra» ante el mundo empresarial para convencerle de los beneficios que obtendrá si invierte en el Doce: fiscales, de imagen, de publicidad y promoción, de relaciones públicas, de oportunidades de negocio. Ese imprescindible contrapunto en metálico del lirismo, de la épica, sí que es la última frontera a conquistar. Sin dinero, está claro, no habrá Doce y a los mecenas hay que enamorarlos.

Queda mucho por trabajar, pero ahora es más claro el horizonte.

lgonzalez@lavozdigital.es