Obregón
La cosa es que La Noria de Telecinco iba a dedicar un debate a la figura del príncipe Felipe por sus cuarenta principescos años, pero La Noria es como es y tiene la (mala) fama que tiene, de manera que parece haber habido, según dicen en los mentideros, roces de altas esferas, y el resultado de las mismas es que el programa de Jordi González dejara en paz al Príncipe y se ocupara de otras cosas. Entre ellas, y con especial relevancia, se ocupó de Ana Obregón, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido y, además, goza justamente del estatuto de princesa del star-system, al menos en esa versión doméstica y de barrio que es el famoseo nacional.
Actualizado: GuardarRespecto a Ana Obregón, ¿qué decir? El star-system tiene sus reglas; la Obregón las cumple casi todas. Como actriz es mejorable, como bailarina es apañadita, como cantante es opaca; fue bella, sin duda, pero ahora ya sólo es una señora estupenda (lo cual, de todas maneras, no es poca cosa); dista de ser un espejo de sabiduría, pero es lista y viva. Con esos mimbres, Ana Obregón ha conseguido fabricar un cesto excepcional: lleva la pila de años sin desaparecer de la escena, siempre dispuesta a dar nuevos argumentos a un mercado mediático que los necesita en grandes cantidades. No sería justo decir que es una profesional del famoseo: ella es una profesional del espectáculo. Pero ha sabido utilizar el famoseo en su propio beneficio, incorporándolo al repertorio de materias que uno debe dominar para estar siempre en el candelero.
A mí, personalmente, me admira la manera en que esta señora abre las manos, recoge toda la basura que sueltan sobre ella, la amasa, hace una bolita, la oculta y la vuelve a mostrar convertida en oro, es decir, en portadas de revista, en nuevos contratos, en dinero, en fama neutra y rentable. Si hacemos memoria de la cantidad de porquería que se ha arrojado sobre Ana Obregón en los últimos veinticinco años, el disco duro se bloquea: no cabe tanta información. Sin embargo, ahí sigue ella, dispuesta a hablar de todo con una sonrisa y ventilando las injurias con el calmoso ánimo de quien comenta el tiempo que hará este fin de semana. De algún modo recuerda -diferencias de edad aparte- a Bárbara Rey, homicida hasta el extremo de que va una periodista a hurgarle las cosquillas y la reportera sale llorando y pidiendo un médico. Pero la Obregón es menos violenta, más suave, como esas serpientes tan educadas que, en vez de morder, matan abrazando. Es lógico que los interrogadores de La Noria extremaran las precauciones; de hecho, más que una entrevista pareció un homenaje. Nadie lo dude: Ana Obregón los tiene dominados. Eso forma parte de su ejercicio profesional.