Sin rastro
Sin rastro, o el Dolor. Estrenaba Antena 3 esta semana su sexta temporada. Y cómo sufre Anthony Lapaglia, Malone, ante el mal del mundo. Nadie vea escarnio en el comentario. Aquí tenemos dicho que ese es el rasgo mayor de las series policiales de los últimos años: el defensor de la justicia y de la ley es alguien que, ante todo, sufre, y eso es una novedad. Uno recuerda los viejos papeles de Clint Eastwood o de Charles Bronson y lo que se nos viene a la cabeza es un tipo lanzado a aplicar la ley con cierta jovialidad salvaje, con la seguridad no sólo de quien sabe lo que hace, sino de quien, además, es insensible ante los estragos que el enemigo causa a su alrededor.
Actualizado: GuardarPor el contrario, estos otros que tenemos ahora, el Horatio Caine de C.S.I.-Miami o este Malone de Sin rastro, sufren porque el Mal les duele: no sólo experimentan compasión hacia la víctima, sino que, además, sienten dolor ante la presencia del crimen. Aquí hay unos rasgos propiamente cristianos que sin duda merecerían un análisis más detallado. Pero, al fin y al cabo, esas series son americanas, y eso es otro mundo. Por cierto que ese sufrimiento no está del todo ausente en el mejor producto policial español vivo, que es El comisario: Tito Valverde ha sabido expresar esa singular mezcla de malestar, repugnancia, indignación y deseos de justicia que se apodera de quien debe luchar contra los malos. ¿Recuerda usted esas escenas en las que Valverde entorna un poco los ojos, crispa las facciones y baja las comisuras de los labios, como si le doliera el estómago?
Pero ya digo que en El comisario es sólo el gesto, mientras que en Sin rastro es el sentimiento predominante a lo largo de todo un episodio. La otra noche, el dolor del sufridor justiciero se rebelaba y daba un paso en la dirección más peligrosa: un par de yoyas a un niñato violador y chuleta. En el contexto argumental, esa violencia sobrevenida hay que incorporarla al cuadro del dolor: ante una manifestación extrema del mal, la indignación se convierte en la pasión predominante. Bajo la presión de las yoyas, el niñato confiesa y Malone resuelve el caso. Pero el dolor no hay quien se lo quite.