EL RAYO VERDE

Del dolor y otros demonios

Recuerda, cuerpo» decía Kavafis, y situaba en dos palabras ese sugerente problema filosófico y poético, ese enigma acerca de nuestra relación con nuestro físico, con el armazón de huesos que cargamos o que somos, que nos soporta y/o nos constituye. «¿Qué sabes tú de mí?», le preguntaba Valente a su imagen en el espejo, «que así me miras»... Nuestra relación con la carne, con nuestra propia carne, es de esos hilos de los que se empieza a tirar y se saca un ovillo, miles de metros de ovillo, del que cuelgan cuestiones esenciales. Somos cuerpo, pero ¿el cuerpo es lo que somos? Para salir de cualquier duda no hay más que sentir dolor, porque el placer es fácil de sublimar, asociar al alma o simplemente darlo por merecido. El dolor nos da consciencia implacable de nuestro cuerpo y nos sitúa como lo que somos, pequeños seres indefensos, vulnerables, sólo y simples pobres hombres. Ahí no hay titubeos, ni tiempo para la distancia o la especulación metafísica. Se trata de lo más radical, la penúltima frontera del vértigo, del abismo. La gran e incontestable verdad es que, antes o después, acabaremos vencidos por el dolor y tendidos en una camilla... en los dominios del SAS. De ahí, también, la importancia, la grandeza de la dedicación a la medicina, la exigencia de su desempeño y la extremadísima sensibilidad con la que abordamos todas las cuestiones relacionadas con la sanidad: es que hablamos de nuestra salud, de nuestros males, de nuestros dolores o de los de nuestros seres queridos, que tanto da. De asegurarnos que cuando nos llegue la hora tendremos el alivio que necesitamos, la mejor solución de las posibles.

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Machado decía que el golpe de un ataúd en tierra es algo perfectamente serio. Si este, sin discusión, es el punto culminante de la escala, lo inmediatamente anterior es asomarse al umbral y luchar por librarse de las garras de la parca. Todas las perspectivas vitales cambian después de entrar en un quirófano o aguardar a las puertas de una UCI.

De modo que como «la salud es lo que importa», a los responsables de la misma les toca la alta misión de dar cobertura a unas necesidades crecientes, con unos recursos que nunca aumentan en la medida en que lo hace la demanda.

Es fácil que salten todas las alarmas cuando, por ejemplo, alguien tiene que esperar para recibir una quimioterapia, o cuando desde dentro del propio sistema se alerta de la falta de medios, humanos y materiales. Es lo lógico, además. Afecta, como digo, al propio cuerpo.

Sin embargo, también es preciso que podamos situar las cosas en su contexto. El Estado del Bienestar que hemos conseguido, en Occidente, en este país, en esta región, del que la Sanidad es una parte importantísima, debe ser valorado en sus justos términos y no derrotado o denigrado como si fuera todo un puro desastre, sin ver cuánto ha supuesto y cuánto aún supone y qué necesario resulta valorarlo, apoyarlo, consolidarlo. Tan arriesgado es el desprecio como injustificado resulta negarse a ver las fallas que aparecen por el propio avance de las ciencias o por el deterioro del sistema.

Así, me parece que es justo decir que tenemos una de las mejores sanidades públicas del mundo, también aquí en Cádiz. Lo digo además con la autoridad que da la experiencia, intensa, en muy diferentes servicios, que han funcionado de manera impecable desde el primer al último escalón. Decía yo a veces, con mucha mala idea, que el hombre más importante de mi vida, el que estuvo a mi lado en los peores momentos, había sido mi ginecólogo. Luego he añadido algunos nombres más, muchos de médicos a los que debo hasta mi integridad psíquica. Así que, como usuaria, creo que hay que defender la Sanidad pública, pero también hay que exigirle más. Ella sí que no nos puede defraudar.

lgonzalez@lavozdigital.es