EL COMENTARIO

Rajoy pierde el centro

La crisis popular suscitada por la humillante negativa de Rajoy a integrar en la lista del PP al Congreso por Madrid a Alberto Ruiz-Gallardón, cuya gravedad ha aumentado por la disparatada dilación que el presidente del PP hizo de la toma de una decisión que debió producirse inmediatamente después de planteado el problema, ha resultado tener una trascendencia muy superior a la que imaginaron sus protagonistas e incluso a la que le atribuyeron los primeros análisis.

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En efecto, la crisis no sólo es el estallido de una pugna entre ambiciones personales de políticos bien colocados que luchan a codazos por llegar a la cúpula de la organización: en realidad, ésta es la vertiente menos preocupante del encontronazo, que ni siquiera es entre dos políticos individuales sino entre grupos de presión bien caracterizados que sirven a intereses diferentes y que representan a sectores ideológicos y sociales bien distintos. En virtud de lo ocurrido, Esperanza Aguirre ha confirmado su ubicación en el ala derecha del PP, territorio nacionalista habitado por Aznar y su FAES, y mediáticamente por la cadena de radio de los obispos, con la que condescienden ocasionalmente dos periódicos capitalinos. Es conocido el incidente causado en un ágape oficial por Aguirre al reclamarle al Rey más «comprensión» con un locutor de la COPE que, entre otras lindezas, reclamó poco antes la abdicación del monarca. Todos estos elementos forman un continuum que algún analista, ha comparado ya con los neocons norteamericanos, ultraliberales aliados con el fundamentalismo cristiano de los telepredicadores.

Este radicalismo ideológico vinculado al españolismo más rampante es el que se ha agitado durante la legislatura en las nueve manifestaciones contra el gobierno vinculadas a un sector de las víctimas del terrorismo, buen catalizador para esta vehemencia ultraconservadora y clerical. Frente a Aguirre, Gallardón, menos organizado que aquélla, representa a una derecha más transversal, liberal en el sentido europeo del concepto, laica y agnóstica y por lo tanto mucho más vinculada y cercana a la intelligentzia del país que a los rescoldos inquisitoriales del episcopado. No es extraño, por tanto, que el alcalde de Madrid tenga el apoyo del gran periódico liberal-conservador, el ABC, ni que encuentre asimismo acogida respetuosa en los medios de comunicación del otro hemisferio ideológico, con el que siempre ha mantenido un diálogo civilizado y constructivo. Vistas así las cosas, el choque de trenes entre Ruiz-Gallardón y Aguirre, así como la decisión supuestamente salomónica y simétrica de Rajoy, adquieren una dimensión más grave que la que resultaría de un simple rifirrafe entre conmilitones.

No es que estuviera en juego, dramáticamente, el «modelo de sociedad», que ya está muy establecido, pero sí el modelo de partido conservador, que habrá que replantear íntegramente si Rajoy pierde por segunda vez las elecciones generales. En definitiva, es ingenua la pretensión de Rajoy de haber cerrado definitivamente la crisis, que habría quedado parcialmente eclipsada por el efecto Pizarro, tan mal administrado por cierto: con su decisión, el presidente del PP ha optado, quizá sin ser del todo consciente de ello, por un Partido Popular vinculado al conservadurismo reaccionario semejante al norteamericano del entorno de Bush, tan caro a José María Aznar, quien sigue moviendo los hilos de su organización, a través de FAES, por medio de Esperanza Aguirre e incluso directamente: la afiliación de Pizarro lleva, como éste ha reconocido, también la firma de Aznar.

Resulta también ingenuo suponer que todo esto no tendrá repercusiones electorales. Pudiera ser que los estrategas del Partido Popular se hubieran dejado embelesar por los trabajos recientes de sociología aplicada que han insinuado que la correlación de fuerzas entre PP y PSOE depende exclusivamente de la participación electoral y del tamaño de Izquierda Unida. Si tal hiciera, se estaría equivocando seriamente porque, en el fondo, la gran batalla electoral se plantea en el centro político. Y todo indica que el PP acaba de perderlo.