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La palabra que dejó en Cádiz
El poeta guardaba una gran amistad con literatos e intelectuales gaditanos, hasta el punto de que Jesús Fernández Palacios firmó una de sus últimas entrevistas
Actualizado: GuardarLa vejez es horrorosa y ahora sí la noto, hasta hace poco no la notaba. Ahora sí y es un espanto». El poeta asturiano Ángel González confesaba en Cádiz la inquietud que le causaba el aliento que la senectud dejaba cada vez más cerca de su nuca. Lo hacía en mayo de 2006 en el Hotel Atlántico. Allí, ante la sedienta mirada de admiración del escritor gaditano Jesús Fernández Palacios concedía su última entrevista publicada en la revista literaria Campo de Agramante y que tituló Sonata Ángel González para violenchelo.
«Estaba mal de ánimo», recuerda Fernández Palacios del encuentro. «Aún así se comportó como un profesional: lúcido y generoso, cercano y brillante». Hora y media de charla en la que el poeta habló a corazón abierto. De su niñez recordaría la tuberculosis que le empujó a la literatura. «Los libros entonces eran bienes escasos y, claro, yo estuve tres años en Páramo del Sil, un pueblo bastante apartado. No podía leer todos los días una novela, ni todas las semanas. Cuando las leía se me agotaban y ya no podía volver a leerlas. En cambio los libros de poemas no sólo permiten sino que requieren relectura», explicaba el asturiano su destino encaminado a la poesía.
«Hablamos también de la música y la pintura que fueron sus dos grandes vocaciones frustradas», recordaba ayer Fernández Palacios. A este respecto le decía el poeta: «La música fue constante en mi vida hasta hace diez o doce años en que estoy algo alejado de ella. Ahora ya no escucho tanta ni enredo con ningún instrumento como antes. Primero fue la guitarra, que me enseñó a tocar un sargento en una taberna que había debajo de mi casa, en plena Guerra Civil, y luego un violín que llegué a tocar como autodidacta. También el teclado, en fin, siempre tuve yo alguna actividad musical, como aficionado y para darme placer a mí mismo».
En el momento de la entrevista y tras la publicación de su antología Palabra sobre palabra, el asturiano le daba un respiro a la pluma porque, según confesaba entonces, no se «sentía con ganas». «Me dijo que estaba preparando un libro pero no le ha dado tiempo», se lamentaba ayer en Cádiz su interlocutor del Atlántico Jesús Fernández Palacios. Pero, siempre se sintió incapaz de escribir su último verso. «No me atrevo a decir que no escribiré más poesía. Ojalá la escriba. A mí me gustaría, pero como te digo tiene que brotar de una manera espontánea, eso no se puede hacer deliberadamente. Forzar en poesía es generalmente errar el blanco».
Su delicado estado de salud no le impidió dar paseos por Cádiz. «El alcohol no se me sube a la cabeza sino que se me baja a las piernas», ilustraba con su sorna la torpeza del antihéroe de sus poemas. «Se sabía reir de sí mismo como nadie».
Entre amigos
Ángel González, voz fundamental de la literatura de la segunda mitad del siglo XX, formó parte indispensable de la generación del 50. «Su verso era cercano, como si lo susurrara al oído». Y así cautivó a todo aquel que se acercó el 25 de mayo de 2006 a disfrutar de su lucidez en las Presencias Literarias que organiza la Universidad de Cádiz. «Fue ingenioso, directo y nada pretencioso. Se conformaba con estar entre amigos». Quizá por eso y por la confianza que le inspiraba la gran amistad que le unía con Caballero Bonald fue un habitual del congreso que lleva el nombre del autor de Jerez.
Además sus ratos en la Bahía tenían otros nombres propios como los de Josefa Parra, Alejandro Luque, José Ramón Ripoll, o Benjamín Prado, en cuya casa de El Puerto llegó a hospedarse en alguna ocasión. Como inolvidables fueron los encuentros que vivió en Rota con otros admiradores y compañeros: Felipe Benítez Reyes, García Montero, o Almudena Grandes. Todos ellos le despedían ayer con la tristeza de perder a un amigo pero con la tranquilidad de tener entre sus manos el enorme legado literario de su memoria.