CUARTO DE PALABRAS

El decreto del deseo

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n La ley del deseo, Almodóvar, para hablarnos de la vehemencia sentimental, se valía de una secuencia de sexo (anal). Quedaría chungo que yo les contara mi secuencia de sexo (anual) porque, por definición, carecería de vehemencia, por eso voy a tomar la perspectiva del plano que afecta a la emoción, al sentimiento, a los estados del alma, con una categoría legal inferior: El decreto del deseo. Y es que, el decreto que marcaba el nacimiento del niño Dios, la venida de los Magos de Oriente y todas esas historias que inspiran el espíritu navideño, expiró la madrugada del día siete en un montón de cajas de cartón que se aprovecharon para meter la basura (a ver quién cojones recicla así los buenos deseos). Y pudiera parecerle que alguno, «Feliz año», por ejemplo, debiera caducar a los 365 días. Pues no. Desde esta semana, ya ha pasado para su gestión al políticamente correcto Negociado de caridades varias: «Que Dios te ampare, pisha, que bastante tengo yo con lo mío» (renovar el uno de julio el eseemeese con «Feliz medio año», es una chorrada). Los buenos deseos al hoyo y los mundanos al bollo. Y no se engañe, que el pestiño de esta noche no es un recordatorio; si no, verá cómo hay algún conato de bronca en la cola («Quillo, ondevás, que llevo aquí media hora»). Un año más, por estas fechas, el señor Scrooge se ha dado cuenta que ha hecho el primo (a ver quién le devuelve ahora el pavo, y encima eso ni desgrava ni na...) y para quitarse el cabreo de encima lo que tiene son ganas de cachondeo. Por eso, ahora que está de moda poner cosas en valor, habrá que poner en valor el deseo de pasárselo del carajo (eso sí, jodiendo el deseo del reventa). Para quienes hemos sobrevivido (un año más) a los buenos deseos, ha llegado la hora de la guasa (¿Esto es...!) Y en esto estamos, dando porculo (sss, sin sexo) de deseo en deseo. Esto es asín.