Política de civilización
La multitudinaria rueda de prensa en la que el presidente francés, Nicolás Sarkozy, avanzó ayer sus objetivos para 2008 invita a reflexionar sobre la relevancia que adquieren las ideas-fuerza en toda acción de gobierno, y el rigor y la solvencia en que ha de basarse ésta. Las palabras de Sarkozy vinieron a englobar bajo el concepto genérico de «política de civilización» tanto aquellas medidas preconizadas por él para incrementar la productividad y el crecimiento de Francia, como aquellas otras orientadas a «rehumanizar la sociedad». Entre las primeras cobra especial importancia su propósito de poner fin a las 35 horas, explotando el lema de «trabajar más para ganar más» como estímulo para el único país del mundo en el que la idea del «reparto del trabajo existente» había adquirido carta de naturaleza legal, precisamente de la mano de los socialistas. Entre las segundas destacó su sugerente propuesta de revisar la medición del crecimiento, introduciendo criterios que evalúen cualitativa y socialmente los efectos del desarrollo económico. Pero la incógnita que quedó en el ambiente es si la indudable capacidad de arrastre del estilo Sarkozy podrá superar las paradojas y, en su caso, las contradicciones que conlleva liberarse de las estructuras y conquistas sociales que lastran el crecimiento francés mientras, al mismo tiempo, se pretende «devolver al ser humano al corazón de la política».
Actualizado: GuardarEl problema es que este desafío no puede afrontarse en un terreno hipotético, sino en las condiciones de la sociedad francesa, en el contexto europeo y en una coyuntura económica que obliga a una celeridad poco propicia al establecimiento de un nuevo consenso. Enunciado los objetivos, resulta lógico pensar que sólo el apoyo mayoritario a los mismos en las elecciones del próximo mes de marzo podrá brindarle el respaldo social y la fuerza política que precisaría no sólo para llevar a cabo su ambicioso programa sino, sobre todo, para conseguir que sus ideas-fuerza se conviertan en una mejora palpable para la economía francesa y para las prestaciones sociales, educativas y sanitarias de la República.