PIONERA. Fijó muchas de las claves que han determinado el movimiento feminista posterior.
Cultura

El orgullo de ser mujer y libre

Hoy se cumplen 1oo años del nacimiento de Simone de Beauvoir, pareja de Sartre, gran icono de la cultura francesa del siglo XX y precursora del movimiento feminista

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Pasearse por ahí agarrados y con una legión de fotógrafos enfrente debe de ser parte de la excepción cultural francesa, como lo prueban Nicolas Sarkozy y Carla Bruni y como en su día lo probaron Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Estos últimos encarnaron el ideal de la pareja moderna, liberada, antiposesiva, vinculada por un hilo espiritual irrompible.

Luego los quisquillosos historiadores han demostrado que no fue para tanto, y que aquella unión se mantuvo gracias a los jóvenes admiradores que ambos utilizaban para satisfacer sus deseos sexuales. Ellos lo decían así: una cosa es el «amor necesario» y algo muy distinto son los «amores contingentes».

De Simone de Beauvoir queda hoy su orgullo de ser una mujer libre, lo que no fue nada fácil en su tiempo. Su ensayo El segundo sexo, publicado en 1949, quitó complejos a muchas mujeres y les convenció de lo que hoy es obvio para todos: que la mujer no tiene por qué ser frívola, caprichosa, obediente, cariñosa, esposa o hija, sino lo que le da la gana, y que la independencia económica resulta clave para alcanzar esa libertad. Entonces, todo esto sonaba a un verdadero grito de rebelión.

Universo armonioso

Gran memorialista, profesora de Filosofía y autora de influyentes libros, Simone de Beauvoir -Castor para Sartre- hubiera cumplido hoy cien años. Nació el 9 de enero de 1908 en el 101 del Boulevard Montparnasse de París, esquina con Raspail, en el seno de una familia de banqueros por parte de madre que se arruinó en la Primera Guerra Mundial.

En sus Memorias de una chica formal, la autora francesa resalta el buen humor de sus padres y el universo armonioso de su familia, en la que la lectura era parte de la actividad cotidiana. La chica despuntaba por su inteligencia y además disfrutaba estudiando.

A los 17 años empieza a rebelarse contra su infancia y, según le contaba en una carta a Nelson Algren, el amante de Chicago al que conoció gracias a Mary Guggenheim, sus orígenes se le aparecen oscuros, tristes y angustiados por la vergüenza del burgués venido a menos.

Una de sus maestras le aconseja estudiar Filosofía y en 1929 ingresa en la Sorbona de París, donde conoce a Sartre y otros importantes intelectuales del siglo XX, como Maurice Merleau-Ponty.

Su compañero sentimental proclamó con el existencialismo que todo el mundo está condenado a su libertad, a elegir constantemente, y ella, en La fuerza de la edad, se enorgullece de su lucha por ser libre, por desarrollar su amor por la vida, su curiosidad y su escritura.

Después de la Segunda Guerra Mundial participa en la fundación de Les Temps Modernes, la revista en la que a partir de ese momento debe publicar todo aquel que quiera ser algo en el mundo intelectual francés. Cuando en 1949 sale a la calle El segundo sexo, la primera semana vende 20.000 ejemplares. La revolución feminista estaba en marcha.

Loca o institutriz

Beauvoir se quejaba de los estereotipos con los que trataban de encajonarla. «A veces soy una loca y una excéntrica; otras, una jefa, una patrona, una institutriz», escribió en La fuerza de la edad. A la escritora le encantaba el escándalo y uno de los más sonados se produjo cuando publicó Los mandarines, una novela en la que descubre las luchas intestinas entre la intelectualidad francesa, así como su relación con Algren y Sartre. Con ella ganó el Goncourt de 1954 y llegó a su máxima notoriedad como autora.

A partir de ese momento se dedicó más al compromiso político y llevó a cabo campañas como lucha torturas a las mujeres argelinas por parte del ejército francés. En los años sesenta se comprometió con Sylvie Le Bon, una estudiante de Filosofía con la que mantuvo una relación aún hoy poco aclarada, y a la que dejó toda su herencia.

Pero sin duda Simone de Beauvoir pasará a la historia por haber formado la pareja más característica de la segunda mitad del siglo XX. En un completo estudio biográfico publicado en España hace algo más de un año, la autora Hazel Rowley se preguntaba cómo una mujer guapa e inteligente pudo unir su vida a la de un hombre de un metro cincuenta y ocho, estrábico y con poco afecto hacia la higiene personal.

Ella, muy cerebral, lo admiraba. «Nuestra relación ha sido uno de los grandes logros de mi vida», confesó la autora. La imagen de los dos en el café con mesas para escribir era perfecta, romántica. Por eso aún sigue seduciendo.