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«Un novelista acaba hablando siempre de lo mismo»
El último ganador del Premio Nadal opta por la recreación histórica para «oxigenarse de Barcelona», ciudad que ha dejado «de estimularle» La obra utiliza como fondo la «injusta» expulsión de los jesuitas en 1776
Actualizado: GuardarFrancisco Casavella (Barcelona, 1963) ha utilizado a fondo el retrovisor en la novela que le valió el Premio Nadal 2008 en la madrugada del lunes. En Lo que sé de los vampiros, el escritor abandona la Barcelona pícara de obras anteriores para relatar, casi tres siglos atrás, las cuitas de Martín de Viloalle, joven novicio que decide acompañar a los jesuitas expulsados de España el 2 de abril de 1767. Según explica el escritor, se trata de un estimulante cambio de aires de su ciudad natal que, como telón de fondo de su obra El año del Watusi, acabó por cansarle. Pese a ello, sostiene que un novelista acaba «hablando siempre de lo mismo».
-¿Cree que la definición de novela histórica es apropiada para su libro?
-Para mí, Lo que sé de los vampiros es una forma elaborada de tragicomedia. Vengo a decir que todo es terrible, nada es serio, no hay esperanza, pero todo es una especie de gran broma, nada es blanco ni negro del todo.
-Es la primera vez que se aventura en el género.
-Yo empecé esta novela hace cuatro años y medio: la gente se impresionaba cuando les decía que estaba escribiendo sobre el siglo XVIII. Entonces las novelas históricas no existían, al menos no este despliegue de ahora. A mí no me preocupa, hacía tiempo que tenía ganas de escribir esta novela y tengo la conciencia muy tranquila. Que la gente escoja un tipo de género no obedece a nada impuro, quizás a que los escritores no quieren hablar del presente porque es un tiempo muy trémulo. También es una estrategia para explicar en su origen cuestiones actuales muy precisas.
-¿Por qué eligió como ambientación la expulsión de los jesuitas?
-Es un buen punto de arranque. No me interesaba explicar la expulsión en sí, sino transmitir cómo fue de sorpresiva, se les acusaba de conspirar a todas horas y era mentira, era una paradoja. Quizás fuera una expulsión injusta, y además tiene paralelismos con otros sucesos de la historia. También el personaje, un novicio que empieza a funcionar, me atrajo. Cómo alguien sometido a una situación injusta se convierte en una persona que ni remotamente sabía que iba a ser.
-¿Puede hablarnos más del protagonista?
-Es un personaje con unos motivos no demasiado puros. Proviene de una familia de terratenientes donde es el último mono, está predestinado a ser jesuita. Se mete allí pensando en no volver a su familia ni loco y van y le expulsan de la orden. En el siglo XVIII había muy poca diferencia entre los filósofos ilustrados y las clases altas, la vida de Voltaire no difiere tanto de la de estafadores que iban de corte en corte. La gente buscaba el cobijo de una renta. Históricamente no distan mucho de nosotros.
Paralelismos
-Habla de paralelismos del episodio que narra con otras épocas.
- Me refiero a todas las limpiezas que se han dado antes. En España somos muy de expulsiones. Siempre hay unas razones que se imponen como históricas, un lugar común que todo el mundo acepta. Me interesa el trasfondo.
-Por primera vez deja la realidad digamos más presente, ¿no la encuentra sugestiva?
-Me duele ser sincero (risas). Un novelista acaba hablando siempre de lo mismo. La racionalidad versus la ira también estaba presente en El año del Watusi. Hay cosas que te estimulan la imaginación y luego dejan de estimulártela. En el caso de Barcelona como escenario, con ese libro ya me quedé tranquilito. El año del Watusi afectaba un momento de tu vida, pensé que cuando la acabase de escribir se acabaría mi juventud. Con esta novela no tenía ganas de meterme en el barrio chino, ni en cercanías. Ahora Las Ramblas están llenas de guiris. Es una opinión personal, claro, porque me voy volviendo mayor y cascarrabias.
-¿Da, entonces, por agotada Barcelona en su obra?
-Ya veremos. Entre los proyectos que barajo está una novela que sí pasaría en Barcelona. Recuerdo que los críticos decían «cada vez estiliza más la ambientación en Barcelona». No es que la estilice, es que ya me aburro.
- ¿Por qué pensó en vampiros para titular su novela?
-Aparte de los que todos conocemos y algún director bancario, yo de vampiros sé muy poco. La referencia es más sutil, alude a lo sobrevalorado que se tiene el ser humano cuando habla de ser humano, cuando empieza a poner palabras con mayúscula. Esto es lo que queda de los vampiros y de la superstición, que tenía que haber eliminado el siglo de las luces en el que está ambientado mi novela.
Sin inocencia
-No sé si la metáfora está muy clara, si de lo que habla en el libro es de la expulsión de los jesuitas?
-Ninguna época es inocente. Al mirar al pasado pensamos que hemos aprendido mucho de nuestros errores, creo que es bastante falso. Durante el siglo XVIII se imponen las luces y la ciencia. Bien, la misma razón tenía una agenda oculta, con la razón puedes justificar todo tipo de hechos. La definición que se daba ser humano como ser racional y científico, no acaba de convencer: siempre existe ese vampiro, que para mí es el pecado original del hombre. Ya se sabe, Adán comió la manzana no porque le gustasen, si no porque estaban prohibidas. Y además, me gustaba mucho el título.
- Quizá su actitud tragicómica sea la mayor constante de su obra.
-Sí, en mí el elemento tragicómico está siempre presente. Es una manera de mirar el mundo como cualquier otra.