cuando creía en aquello
Actualizado: Guardarn qué creer en estos tiempos? ¿Qué nos queda de toda esa sarta tradicional que nos inculcaron en nuestra niñez? ¿Necesitamos los hombres de hoy creer en todo aquello? Probablemente, todos nos preguntamos estas cuestiones en cada principio de año, allá cuando los Reyes Magos de Oriente nos traen esa teatral inocencia de falsa ilusión y felicidad. Y es que el teatro de la vida cada vez es más ridículo. La felicidad viene a ser, con el tiempo, lo mismo que una estrella brillante rodeada de un cielo de oscuros sufrimientos, algo que todos deseamos alcanzar y que sólo llegamos a contemplar si con suerte no parpadeamos en las noches veraniegas de lluvia de estrellas. El hombre de nuestro tiempo ya casi no cree en nada, pues la cruda y dura realidad de nuestra sociedad le ha casi obligado a revelarse y vomitar contra todo aquello que de niños nos inculcaron. Cuando voy a la anual cabalgata de Reyes y veo a todos esos niños sonreír y gritar con sus ojos chispeantes en otra órbita, no puedo evitar que me invadan dos amargas sensaciones: por un lado, añoro con emoción helada todo ese fuego revulsivo que atesoran los niños al vivir experiencias coloristas, ese creer en algo sin ápice de duda; porque cuando eres niño, eres rey del imperio de tu fantasía, conquistador de tierras y mares, y aventurero de hazañas inverosímiles. La otra sensación me susurra al contemplar a esos niños si es justo embadurnarles de sueños que con el tiempo muchos se convertirán en pesadillas. Aquel reino dorado se torna en castillos de arena que las olas de la vida se encargan de derribar y la única verdad de la vida nace y muere en uno mismo. Creer en los valores que realmente nos hacen más humanos y aplicar nuestra propia filosofía, la cual va creciendo al mismo son que nuestras vivencias, es nuestra virtud, nuestra elección y nuestra obligación. Y es que nos guste o no, la vida termina siendo una negación de todo aquello.