Prêtre muestra un balón de la Eurocopa y los músicos exhiben bufandas de la selección austríaca. / AFP
Cultura

La Filarmónica de Viena saludó a 2008 con un homenaje al fútbol

El francés Prêtre dirigió con elegancia y alegría el tradicional Concierto de Año Nuevo, que fue emitido en 54 países

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Con elegancia, alegría y gran agilidad a pesar de su avanzada edad -83 años-, debutó ayer el veterano maestro francés Georges Prêtre como director del Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena, que desde el Salón Dorado de la Musikverein llevó a 54 países la música de los Strauss.

La famosa orquesta inauguró así un año marcado por la Eurocopa de fútbol -que se jugará en Austria y en Suiza en junio- con varias piezas dedicadas al deporte y una película artística sobre este juego que fue emitida en la pausa del concierto.

El programa se inició con la enérgica Marcha de Napoleón, compuesta por Strauss hijo, que fue un gran admirador del emperador francés. A continuación siguieron los ritmos alegres del vals Golondrinas de Austria y la Polka de Laxemburg, de Josef Strauss, para luego volver temáticamente a Francia con el Vals Parisino y el Galope de Versalles, ambos de Strauss padre.

Tarjeta amarilla

En la segunda parte destacaron la ya tradicional polka Tritsch-Tratsch y la apertura de la opereta Indigo y los 40 ladrones, de Strauss hijo. A continuación llegó el momento de los integrantes del ballet de la Ópera de Viena, que bailaron según los ritmos del vals Alegraos de la vida, de Strauss hijo.

Tras el programa oficial, los filarmónicos se estrenaron con la Polka del Deporte, de Josef Strauss, que fue iniciada por Prêtre con un silbido más propio de un árbitro, en referencia a la próxima Eurocopa. Esa pieza, durante la cual los músicos se pusieron bufandas de la selección austríaca de fútbol, tuvo su momento cómico cuando el maestro le mostró la tarjeta amarilla al concertino.

Lo que siguió fue el célebre Vals del Danubio Azul, de Strauss hijo, himno oficioso austríaco, y que estuvo acompañado, por primera vez en la historia del concierto, por una pareja de bailarines que danzaron en directo en la sala. La interpretación vivió su tradicional y eufórico final con los inevitables acordes clásicos de la marcha Radetzky, de Strauss padre, que contó con el entusiasta acompañamiento con las palmas de los 2.000 espectadores.